El tres veces electo gobernador del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, conductor estrella de la pandemia en su estado, está por renunciar bajo seis acusaciones de hostigamiento sexual y por el ocultamiento de muertes por covid en los asilos del estado.
Las acusaciones de hostigamiento incluyen haber preguntado a una colaboradora joven sobre su vida sexual y si tenía relaciones con hombres mayores. La colaboradora entendió que el gobernador, de 63, estaba proponiéndosele y que su trabajo estaba en riesgo. En efecto, fue cambiada de posición en las oficinas del gobierno estatal.
Otra colaboradora fue sorprendida por Cuomo en la oficina con un beso en los labios, luego de haberle sugerido que jugaran strip-poker (“póker de prendas”).
Una tercera mujer, que no trabajaba con Cuomo, fue sorprendida por este en una fiesta, al pasarle la mano por la espalda, que llevaba descubierta, y tocarle después las mejillas como si algún tipo de relación autorizara esos tactos.
Cuomo también está bajo fuego por haber ordenado en marzo de 2020 que los asilos aceptaran de regreso a sus miembros enfermos de covid, una vez que los hospitales los dieran de alta.
No se registró el número de adultos mayores que no volvieron porque murieron fuera del asilo: unos 3 mil muertos. Cuomo está acusado de haber ocultado esas muertes.
Enfrentando la pandemia, Cuomo fue un político eficaz y un fenómeno mediático. Su popularidad es muy alta, y se prepara para ir por su cuarta elección como gobernador. Su problema es que no tiene un partido que lo apoye, cerrando los ojos a sus yerros.
Sus correligionarios demócratas, que son mayoría en el Congreso local, se disponen a hacerle un juicio político por abusar y mentir. Cuomo tampoco tiene a un presidente que salga a decir que las acusaciones que penden sobre él son frutos de la estación electoral y que decida el pueblo.
Si Cuomo tuviera encima acusaciones de violación como tiene Salgado Macedonio, y de ocultación de cientos de miles de muertos, como oculta el gobierno federal, quizá no estaría en estos momentos luchando por conservar su gubernatura, sino por no entrar a la cárcel. No somos iguales.
hector.aguilarcamin@milenio.com