La querella histórica de México con España tomó el peor rumbo imaginable con la intervención del ex presidente español, José María Aznar.
El deslucido capote de los agravios mexicanos ofrecido a una plaza sin toro obtuvo la embestida de Aznar. Resultado: mal capote, mal toro, mala suerte.
Entre el agravio por los pueblos originarios del presidente mexicano y el orgullo retro evangelizador del presidente español debió haber solo una sonrisa. Pero el lance revivió agravios en los tendidos y produjo manifiestos sin sustancia.
Hace años escribí un ensayo sobre los fantasmas históricos mexicanos, verdaderas tumbas sin sosiego que ocupan la escena cada vez que nuestra historia patria toca la tecla de España. (México y su España imaginaria: ver aquí).
Los mexicanos tenemos un litigio histórico con España, a diferencia de España, que no lo tiene con México.
Nuestro litigio, éste es el punto, no es con la España real, sino con una España en gran medida imaginaria, inventada por nosotros mismos, en particular por nuestros antepasados españoles y por sus hijos, los criollos hijos de los españoles, por cierto: muy pocos, que vinieron a América.
—Lo que tus antepasados le hicieron a mi país no tiene nombre —le dijo una enardecida mexicana, hija de españoles, orgullosa de los aztecas, a un español con quien salía en Madrid.
—Todo eso que tú dices que le hicieron mis antepasados a los aztecas, lo habrán hecho los tuyos —respondió el español—. Porque los míos nunca salieron de España.
Historia pura: quienes sembraron en nuestra historia la aversión a los españoles fueron los hijos de los españoles que vinieron a la Nueva España: los criollos novohispanos. Resentían los privilegios de sus parientes peninsulares y terminaron proclamándose americanos: antiespañoles.
Nadie encarna mejor aquel pleito familiar que Miguel Hidalgo, el cura criollo padre de la Independencia, que condujo una salvaje rebelión de indios y mestizos contra los españoles. No hay dicho peor de Hidalgo que su arenga: “Estamos perdidos. Vamos a coger (matar) gachupines”. Cogió todos los que pudo. Se arrepintió después todo lo que pudo.
Aquí seguimos los mexicanos, clavados en la ambigüedad del Padre de la Patria, renovando tumbas sin sosiego.
hector.aguilarcamin@milenio.com