Los hechos son claros: el Amazonas está sufriendo incendios de más intensidad y gravedad que en años anteriores, y los principales expertos ambientales apuntan hacia la deforestación como una de las causas que se suma a la temporada de sequía y al calentamiento global. Pero más allá de la comparación con otras épocas e incluso de las causas, la urgencia es (parecería obvio) controlar la situación actual. No cabe duda que hay una emergencia internacional y eso nadie lo podría negar. Excepto, claro, un político como Jair Bolsonaro y sus seguidores.
El “Trump brasileño” aseguraba que el problema del pulmón del mundo no es más fuerte que en otras temporadas y que no necesita ayuda internacional. O sea, quería dar a entender que esto es normal, que es algo de todos los años, o al menos de las temporadas de sequía. Los datos que da Bolsonaro son falsos, y aunque fueran ciertos, el hecho actual no dejaría de ser una amenaza para el planeta, y sobre todo ahora que las condiciones climáticas no son precisamente las más estables. Es decir, aún en el mundo de Bolsonaro, tendría sentido ver las cosas con cierta humildad y apertura global.
Pero Bolsonaro ganó la presidencia, en parte, por otra actitud: la de arrogancia política, similar a la de Trump, en la que proponía eliminar restricciones para explotar el Amazonas. Su visión del tema medioambiental es la del “hombre fuerte” que se atreve a plantarle cara a los activistas para supuestamente incentivar la producción, el empleo y mejorar la economía en general. Es la actitud de ver la cuestión de la supervivencia de la Tierra como algo casi risible, algo propio de “progres”, locos, idealistas. Hacerlos menos, minimizar el problema, burlarse de la situación. Eso le ha redituado. Actitud trumpesca, de bully, vaya.
Apunte spiritualis. El tema de los incendios del Amazonas no deben ser una moda pasajera. Tendrían que ser una gran llamada de atención que trascienda la política y que nos haga reflexionar personal y espiritualmente sobre el lugar en el que todos vivimos.
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