En el tercer torneo de Pedro Caixinha como director técnico de Cruz Azul y el segundo de Ricardo Peláez como director deportivo, sobreviene la primera verdadera crisis con la cercana salida del argentino Iván Marcone.
No fue al primer intento fallido por calificar a la Liguilla en el Clausura 2018 por parte del entrenador lusitano, tampoco la derrota en la Final del Apertura reciente lo más duro que ha tenido que afrontar el directivo mexicano, es perder a un jugador no solo fundamental en el accionar colectivo, en el funcionamiento del equipo, si no clave, irremplazable por sus condiciones. Tan sencillo como eso.
¡Y no me salgan con que no hay irremplazables! Porque más allá de la semántica, de poner a un jugador en su lugar –lo que indudablemente se hará -, hablamos de un futbolista que el torneo pasado jugó el 100 por ciento de los partidos de Liga, el 95 por ciento de los minutos totales y que se volvió, de inmediato, en un referente en el medio campo. En Copa Mx, la que ganaron los cruzazulinos, actuó en el 75 por ciento de los duelos. De ese tamaño es Marcone.
No luce lejana la posibilidad de irse a jugar a Boca Juniors, seducido no solo por el club, sino por el país, el suyo, y por el técnico que futbolísticamente lo parió; ¡de dineros ni hablamos! Casi nunca ha sido tan importante la plata a la hora de que a futbolistas argentinos jugando en México les llega una oferta para irse a River Plate o para vestir la camiseta xeneize. Y ejemplos tenemos varios. Los que quieran.
Sean cuales sean las condiciones en que Marcone arregle su salida de Cruz Azul, sabe que si el futbol de Europa no lo mira con prontitud (tiene 28 años), en el futbol mexicano, con el cartel que ha hecho en tan poco tiempo, volverá cuando se le pegue la gana; ahí estará siempre La Máquina o los clubes regiomontanos, que no reparan en hacerse de quienes al calor de la batalla ya demostraron su valor.