El 3 de diciembre de 2013 la filósofa húngara Agnes Heller visitó la FIL de Guadalajara. Impartió una conferencia sobre Karl Marx y su visión de la historia. Muchos años antes, el 22 de enero de 1999, estuvo en el Paraninfo Enrique Díaz de León, en el marco de la Cátedra Julio Cortázar, y dictó una conferencia con un sugerente título: “La falsa ave azul de la felicidad”.
Pero tal vez la visita más célebre que hizo a México ocurrió a fines de agosto de 199o, cuando Octavio Paz organizó el coloquio llamado La experiencia de la libertad. Su intervención en ese seminario -cuyo propósito era analizar el colapso de los regímenes comunistas y las transiciones a la democracia- hizo evidente su talante como intelectual pública: colocarse más allá del marxismo ortodoxo y defender los ideales de las democracias liberales.
Además de Heller y Paz, en la mesa inaugural del coloquio estaban Leszek Kolakowski, Daniel Bell, Jorge Semprún, Adolfo Sánchez Vázquez y Eduardo Lizalde. La potencia de su pensamiento fue innegable, por lo que muchas de sus palabras siguen teniendo actualidad.
Para ella, las transiciones democráticas fueron “revoluciones gloriosas”.
Lo dijo en un doble sentido: 1) cambiaron el mapa político legado por la Segunda Guerra Mundial (fin de la Guerra Fría); y 2) reivindicaron la aspiración a construir instituciones democráticas y hacer valer las libertades fundamentales. En su óptica, las transiciones fueron revoluciones posmodernas en contra de un experimento fallido de la propia modernidad: el comunismo. Y, además, mostraron elementos de crítica a la forma en que se buscó implementar la libertad en los siglos XIX y XX.
Estos párrafos tomados de su intervención confirman lo que digo: “Estas revoluciones son posmodernas porque no creen en lo que creía la gente del siglo XIX y principios del siglo XX. La libertad era como vivir en una estación de ferrocarril en la que siempre debíamos tomar un tren rápido que va del pasado al futuro. Hasta hace poco, dos tipos de trenes hacían este recorrido. Uno era el tren del progreso, el tren liberal: al tomar el tren había que trascender inmediatamente todo lo que tuviera que ver con el presente; era una especie de tren del renacimiento, de la trascendencia”.
“El otro tren, el más rápido, era el del comunismo; un tren en el que también había que trascender el pasado para lograr el establecimiento de una libertad real, en vez de ciertas frágiles libertades; una libertad absoluta basada en la idea de la deificación del hombre... ”. “Ahora conocemos las consecuencias de la deificación... No queremos ya redenciones políticas. Necesitamos la redención, pero hay que buscarla en el terreno del arte, en la religión, en la filosofía… y no en la política. Ésa es la idea que guió a las revoluciones de Europa Central y del Este: la renuncia a la redención política. Sabemos que somos una empresa limitada, que somos criaturas frágiles, imperfectas, y que es imposible crear un mundo perfecto. Lo que podemos hacer es crear un mundo vivible, un mundo con libertades”.
Encuentro en estas palabras una fuente de advertencias. Agnes Heller falleció el pasado 19 de julio, a los 90 años de edad, en su natal Hungría.