Me esperaban largas horas de vuelo y busqué algo para entretenerme. En el monitor que estaba frente a mí aparecieron varios audiolibros. De pronto, uno de ellos llamó mi atención. El título: The practicing mind: Developing focus and discipline in your life. El autor: un músico y restaurador de pianos a quien la vida lo hizo aprender a enfocar la atención en el presente y, de esa manera, liberarse de las angustias que provoca la mente desbocada: Thomas M. Sterner.
Escuché la descripción introductoria y de inmediato me atrapó. Pone de relieve dos tendencias de nuestro tiempo que todos –eso creo—alguna vez hemos vivido: la primera, enfrascarnos en una actividad febril orientada al logro de metas personales y todo tipo de propósitos que nos mueven y condicionan; la segunda, actuar siempre de prisa y realizando múltiples tareas al mismo tiempo.
Estas maneras de estar en el mundo dispersan nuestras energías y nos hacen vivir con la mira puesta en el futuro. Esto no quiere decir que es malo tener metas y trabajar por ellas. Tampoco es un error proyectar en un tiempo por venir lo que queremos. Sería absurdo que no fuese así. Después todo, estamos en el tiempo y todo lo que existe se realiza al paso de los minutos, las horas y los días.
El problema es que muchas veces vivimos creyendo que la felicidad no existe –simplemente, no puede existir- ahora mismo. Seré feliz una vez que logre tal o cual aspiración. Mientras tanto, hago lo que puedo para llegar primero que nadie a la meta, porque el sentido de todo lo que hago es precisamente ese objetivo, aquello que corona nuestro diario vivir.
Lo más probable es que, una vez alcanzado el objetivo, vendrá otro cuya realización se convertirá en el nuevo requisito para alcanzar la felicidad que tanto anhelo. Pero las cosas no suceden así. Pasa lo mismo que con la búsqueda del horizonte: por más que nos encaminemos hacia él por la vía más recta, jamás podremos alcanzarlo: siempre estará delante de nosotros.
Así vivimos: pensando que la vida, la felicidad y el bienestar yacen siempre adelante. Como si lo importante fuera nada más el resultado final que queremos realizar. Y cuanto antes mejor: por eso, estamos de prisa todo el tiempo. De lo que se trata es de hacer más y más, todo lo que se pueda. Y el hacer es sólo un medio para lograr aquello que, por lo demás, nunca será suficiente.
Thomas Sterner nos ofrece un modo distinto de encarar nuestros días y nuestros trabajos. En vez de obsesionarnos con la meta debemos procurar poner nuestra atención en el proceso que nos lleva a realizarla. Vivir el momento y hacer lo que nos toca sin obsesionarnos con el resultado. Como dice el autor: Tenemos el hábito enfermizo de convertir en nuestra meta al producto, el resultado que intentamos realizar, en vez de concentrarnos en el proceso que nos lleva a realizarla.
Sterner deja clara la diferencia entre obsesionarnos con la meta y enfocarnos en el proceso que nos lleva a ella. Veamos:
“Cuando te enfocas en el proceso, el producto deseado cuida de sí mismo y fluye con facilidad. Cuando te enfocas en el producto, inmediatamente comienzas a luchar contigo mismo y experimentas aburrimiento, cansancio, frustración e impaciencia con el proceso”. Lo que ocurre es que “cuando enfocas tu mente en el momento presente, en el proceso de lo que estás haciendo justamente ahora, tú estás siempre donde quieres estar y donde debes estar. Toda tu energía se aplica a lo que estás haciendo. Sin embargo, cuando enfocas tu mente donde quieres terminar, nunca estás donde estás, y agotas tu energía en pensamientos no relacionados con ello en lugar de aplicarte a lo que estás haciendo”.
Ahora bien, la clave para enfocarnos en el presente radica en dejar de lado, por lo menos de manera momentánea, nuestro apego a la meta que buscamos. En esto parece residir la propuesta de Sterner: concentrarnos en el camino nos acerca a la vida porque nos quita la presión de tener que llegar al final.
No es sólo la flor la que importa sino todo aquello que está debajo de ella, la raíz, el tallo y las hojas. Y, sobre todo, el largo proceso implicado en su formación. Es perfecto, llega donde tiene que llegar y ninguna etapa vale más que otra: la de la raíz o la del tallo, por ejemplo, son indispensables para que algún día exista la flor. Con esta metáfora, Sterner quiere decir que todo lo que existe es resultado de momentos importantes en sí mismos.
Nosotros, las personas comunes, vivimos también una constante sucesión de momentos que se suceden y nos llevan a otros puertos. Estamos donde tenemos que estar y… tal vez, coronemos con una flor.
Sterner insiste en que aquellos que han logrado metas es porque han sido capaces de practicar una y otra vez las habilidades que han requerido para ello. Por consiguiente, no debemos compararnos con ellos. Debemos, simplemente, ser conscientes de lo que nos distrae del momento presente, de lo que nos aleja del hoy y del instante en que vivimos.