Las democracias enfrentan una crisis profunda en el siglo XXI. A nivel global, observamos el ascenso de movimientos populistas, la erosión de derechos civiles y una creciente desconfianza en las instituciones. Levitsky y Ziblatt, en Cómo mueren las democracias, señalan que los sistemas democráticos suelen desmoronarse no por golpes militares, sino por líderes electos que socavan las instituciones desde dentro. Esto ha sido visible en las últimas dos décadas, donde la democracia ha perdido su atractivo debido a la desigualdad económica, la incapacidad de los gobiernos para resolver problemas fundamentales y la desconexión de las élites políticas con la ciudadanía.
El populismo no es solo un rechazo a la política tradicional, sino una manipulación emocional de las masas. Pedro Baños, en Así se domina el mundo, destaca que los líderes populistas se presentan como salvadores únicos, debilitando las instituciones y alimentando la polarización. La gran interrogante es: ¿Cómo recuperar la confianza en las instituciones cuando las élites han fallado repetidamente?
La tecnología, que prometía democratizar la información, se ha convertido en un arma de doble filo. Las fakenews y la manipulación mediática han fragmentado el debate público, desviando la atención de problemas urgentes como la pobreza y la violencia. Daniel Gascón, en El golpe posmoderno, subraya cómo la desinformación socava la democracia al distorsionar la realidad. Para enfrentar esto, es crucial mejorar la alfabetización mediática y exigir mayor transparencia en las plataformas digitales.
Joseph Stiglitz, en El malestar en la globalización, explica que la creciente desigualdad ha profundizado las divisiones sociales, alimentando posturas extremas. En México, la concentración de la riqueza y la falta de movilidad social son causas fundamentales del descontento. La democracia, en su forma actual, no ha logrado corregir estas injusticias, lo que genera un terreno fértil para el populismo y la polarización.
El fortalecimiento de las instituciones es clave para la supervivencia de la democracia. Las instituciones públicas, aunque atacadas, siguen siendo pilares fundamentales para la sana convivencia en las sociedades modernas. Sin embargo, como sugiere Norberto Bobbio en El futuro de la democracia, estas deben reformarse para ser más inclusivas y responder a los desafíos contemporáneos, es decir, adaptarse a los cambios permanentes de estilos y formas de vida.
A pesar de sus desafíos, la democracia no está condenada. Su capacidad de adaptación a lo largo de la historia demuestra su resiliencia. Para que sobreviva en el siglo XXI, es crucial que los ciudadanos defiendan sus instituciones, exijan rendición de cuentas y participen activamente en la vida política. La crisis actual es una oportunidad para fortalecer y renovar el proyecto democrático, sin perder de vista que las instituciones deben cumplir una función primordial, servir a la sociedad, es decir, resolver de manera aceptable las distintas problemáticas a las que se enfrentan todos los días.