Nada más equivocado que aquel popular dicho de que “En gustos se rompen géneros”, pues el gusto, y en particular “el buen gusto”, es una construcción social producto del capital cultural y simbólico que una persona posee, fruto de su posición en la sociedad y de la educación que recibió en su escuela, pero sobre todo, de la enseñanza informal que tuvo en casa.
En su estudio La distinción, criterio y bases sociales del gusto, el sociólogo francés Pierre Bourdieu demostró que nuestro gusto por la música, el teatro, la pintura, los museos, los deportes, las bebidas, la comida, los objetos decorativos y hasta las ideas políticas no solo es una forma de distinguirnos, sino una condición de la estructura social, de las bases de la dominación.
Así que resulta imposible analizar el tema educativo sin hablar del poder, porque son los agentes económicos y su posición dominante lo que permite “imponer sus producciones culturales y simbólicas”, base para mantener y reproducir las relaciones sociales existentes. Aquello que Bourdieu bautizó como violencia simbólica.
Así ha sido la educación en México en los últimos años, una educación basada en competencias, de carácter utilitario y eficientista, subordinada al sector productivo. Educación que está hoy a debate y en transformación, más allá de la titular de la SEP, pues de hecho la salida de Delfina Gómez representa una oportunidad dorada para reorientar el curso de la educación pública en México.
En estos días atendemos a un debate sobre cuál debe ser la educación que imparta el Estado y qué orientación llevar. Desde algunos círculos dominantes de la intelectualidad mexicana se busca ridiculizar la actual apuesta educativa y las críticas del Presidente a la reforma laboral —que no educativa— llevada a cabo durante el sexenio pasado.
Por supuesto que les preocupa que se cambien los contenidos y más aún que se modifique la versión histórica de lo que ha sido nuestro pasado reciente.
Tan solo la incorporación del tema de la guerra sucia, de los movimientos estudiantiles, los médicos, los ferrocarrileros y los magisteriales causa escozor a los periodistas que durante décadas se dedicaron a estar en contra de la educación pública, pero más todavía, de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación.
Durante el peñanietismo resultaba muy sencillo demonizar a la CNTE y acusarla prácticamente de todos los males que aquejan a Oaxaca y Chiapas, desde la pobreza y la desigualdad hasta la falta de inversión.
Este cambio alarma a quienes apoyaron el desastre educativo al que nos enfrentamos. Los 36 años que pasamos bajo regímenes neoliberales no solo provocaron una mayor desigualdad económica, sino que también propiciaron un crecimiento espectacular de la educación privada y un deterioro imparable de la educación pública.
Se dejaron de construir y apoyar universidades públicas y cuando surgió la propuesta de hacer más de un centenar de universidades en distintas comunidades se buscó ridiculizarlas, como se hizo en su momento con la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Los liberales a los que les causa escozor todo lo público.
Si llega a la SEP Raquel Sosa, coordinadora de las Universidades Benito Juárez García, la oficina que alguna vez ocupó José Vasconcelos estará bien servida.
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