Nosotros no inventamos la corrupción

  • Afinidades Selectivas
  • Héctor Zamarrón

Ciudad de México /

Odebrecht no inventó la corrupción ni los sobornos. “Si nosotros teníamos una relación política de grado 10, nuestros socios llegaban a 40, 50, 60”, con esa frase defendía Marcelo Odebrecht los sobornos millonarios que su empresa constructora pagó a presidentes y funcionarios públicos de 16 países de América Latina para ganar contratos y licitaciones.

Desde diciembre de 2016 Odebrecht se volvió sinónimo de corrupción en México, donde las denuncias en su contra no avanzaron sino hasta la llegada de este gobierno. Ahora, con el ex director de Pemex Emilio Lozoya, extraditado de España y dispuesto a colaborar a cambio de reducción de penas para él y su familia, parece que por fin avanzarán las investigaciones que apuntan a Luis Videgaray y quizá hasta a Enrique Peña Nieto, pues fue para su campaña presidencial que se pagaron esos sobornos.

Solo que Marcelo Odebrecht tiene razón. La corrupción y la impunidad, los dos principales problemas de México según el presidente, no son su invento, están unidos al capitalismo tanto como el sistema bancario o las grandes corporaciones.

La corrupción y los ingresos obtenidos por el tráfico de esclavos en los siglos 18 y 19 apuntalaron la elección de miembros del parlamento británico y en la época colonial las mordidas aceitaban al régimen, como el mismo presidente Andrés Manuel López Obrador ha recordado.

Esa práctica de sobornar funcionarios públicos a cambio de obtener favores es producto del desarrollo del capitalismo en los siglos 19 y 20. Se ha vuelto consustancial al sistema y casi no hay empresa que sobreviva sin beneficiarse de ella. Solo un cambio de régimen hará posible controlarla y quizá hasta extirparla.

En el último medio siglo, cada presidente eligió una víctima propiciatoria para sacrificar en la pira de la corrupción. Lo hizo López Portillo con el ex secretario Eugenio Méndez Docurro. Miguel de la Madrid emprendió su renovación moral contra otro ex director de Pemex, Jorge Díaz Serrano. Carlos Salinas operó el Quinazo, como se conoció a la detención del líder petrolero Joaquín Hernández Galicia —que incluyó hasta la siembra de cadáveres. Ernesto Zedillo eligió a Raúl Salinas, hermano del ex presidente, para ejemplificar su lucha contra la corrupción. Vicente Fox lo intentó con otro líder petrolero, Carlos Romero Deschamps. Enrique Peña Nieto se fue contra la dirigenta magisterial Elba Esther Gordillo y López Obrador comenzó con meter a Rosario Robles a la cárcel.

De atender “el principal problema de México”, la corrupción y la impunidad, veremos si en efecto las revelaciones de Lozoya permiten llegar más allá de sus subordinados. Pero sobre todo, que sea un punto de partida para evitar la impune repetición de casos similares.

Y para que quienes cobijaron esas prácticas tengan que comparecer ante la justicia o al menos tengan vergüenza, como deberían hacerlo los periodistas que defendieron a Lozoya a capa y espada.

Vendrán los testimonios, las audiencias y las revelaciones en los próximos días, ¿será eso garantía de que la corrupción se extinga en México? No, sin duda, pero es un avance, de ello tampoco hay duda.

hector.zamarron@milenio.com
Twitter: @hzamarron

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