La primera y más extraña lección que aprendí este año es que, a pesar de quererlo, no puedo ser feminista ni considerarme a mí mismo de tal manera. Quienes me la enseñaron fueron las propias feministas que también me dejaron claro que los hombres podemos ser, si acaso, aliados o solidarios, pero no feministas.
Existe una diferencia sustancial de origen, nosotros no somos víctimas de la opresión de género que el feminismo denuncia, más bien somos parte de ese sistema patriarcal que permite el acoso, la violencia contra la mujeres, las violaciones y hasta los feminicidios.
Las grandes movilizaciones por el derecho a decidir en Argentina y Chile, las marchas de las mujeres oaxaqueñas y las movilizaciones en Ciudad de México, entre otras, acabaron por echar un poco de luz y de atención de los medios a un problema sistémico al que por lo general le sacamos la vuelta.
Incluso nos enseñaron a reconsiderar la violencia en las manifestaciones, que suele asustar a las buenas conciencias preocupadas más por los daños materiales que por las mujeres que cada año terminan encarceladas por un aborto, arrojadas al Bordo de Xochiaca o por aquellas vejadas con ácido como sello imborrable, como la letra escarlata de nuestros días, o despojadas de los hijos por atreverse a un divorcio.
Darse cuenta como hombre de todo ello y denunciarlo es incómodo. Hablar del tema con otros hombres, frenar las bromas machistas, dejar de compartirlas, de celebrarlas, censurar a nuestros propios amigos y colegas —incluso en público— por actos claros de machismo no es nada sencillo, al contrario. A veces tiende uno a callar, a evitar conflictos, pero si algo nos enseñó el pañuelo verde en este 2019 es que no hay tiempo para seguir callados.
Los agresores de las mujeres, a quienes la prensa suele presentar como monstruos, son en realidad buenos y ejemplares hijos del patriarcado, como lo explica la periodista Catalina Ruiz Navarro en Las mujeres que luchan se encuentran. Manual de feminismo pop latinoamericano.
Así que este ha sido un año de ver cómo llegan a mi librero obras escritas por mujeres y, sobre todo, de feminismo. Un año en que comienzo a revisar los privilegios que tenemos tan solo por ser hombres, en que antes nunca reparé.
Si me invitan a una mesa redonda o a moderar un panel, lo primero que pregunto es si hay mujeres entre los invitados o sino mejor declino participar.
Un año en el que aprendí que lo mejor es escuchar a las feministas y no solo continuar con el trabajo doméstico, con el de cuidados e incluso a trabajar en la parte afectiva, que tan mutilada tenemos los hombres.
Todo, sin esperar que alguien nos felicite por ello. “Si un hombre está verdaderamente comprometido con la equidad de género, poco le importará el asunto nominal y hará lo que le corresponde sin esperar reconocimientos especiales”, dice Ruiz Navarro.
Así, que no me queda sino agradecer por este año en que aprendí que puedo ser solidario con las luchas de las mujeres, abrir cuantos espacios pueda para ellas, leerlas, pugnar por su lugar en el espacio público, pero nunca ser feminista.
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