No medía más allá del metro 52 y pesaba solo 45 kilos. Y sin embargo, Ruth Bader Ginsburg (conocida por sus iniciales, RBG) se convirtió en un colosal icono de los derechos de la mujer estadunidense.
En un país —incluso lo ampliaría al mundo entero— donde los referentes del modelo a seguir escasean o son francamente patéticos, RBG es un buen asidero para reforzar el arquetipo de lo que sí debe permear entre la humanidad.
Debe resultar muy extraño para la gran mayoría de los mexicanos entender el fenómeno RBG. Las largas filas, formadas en su mayoría por mujeres y jóvenes, afuera de la Corte Suprema para despedirla, los tres días de homenaje, los mensajes de pésame externados por líderes internacionales, la iconografía entorno a su figura plasmada en miles de souvenirs, resultan sorprendentes en nuestro país cuando el máximo mandato del Poder Judicial nacional se disuelve en la nada del pensar colectivo.
Pero en Estados Unidos, la Corte Suprema pesa y pesa tanto para provocar que el presidente sude, los legisladores se pongan nerviosos y amplísimos sectores de la población (dividida en liberales y conservadores) potencialicen su indignación y defiendan sus causas, que en automático se convierte en un tablero para la encarnizada lucha por el poder.
Como ahora, cuando Trump busca en la nominación —que debe tener el visto bueno de un Senado con frágil ventaja republicana— una veta electoral para seducir al votante conservador.
Mucho está en juego: el Obamacare, el aborto, la tenencia de armas, la libertad religiosa versus comunidad gay y quizá, hasta los resultados de las próximas elecciones, como ya lo advirtió Trump.
Ginsburg luchó con toda su inteligencia y bagaje jurídico —ese que se sustenta en leyes, concordancias y argumentos— para darle a la mujer su espacio correlativo e igualitario al del hombre, sin rezagos, abusos, discriminaciones, humillaciones o vejaciones.
Cuando RBG aceptó la nominación a la Corte Suprema realizada por Bill Clinton en junio de 1993, ella honró a su madre, muerta un día antes que la entonces adolescente se graduara de bachillerato.
Ante Clinton, recuerda The New York Times, Ginsburg explicó el sino de sus ideales: “Ruego ser todo lo que ella hubiera sido de haber vivido en una época en la que las mujeres pudieran aspirar y lograr, y en la que las hijas fueran tan apreciadas como los hijos”.
RBG también condensa la importancia de la coexistencia entre liberales y conservadores para lograr el equilibrio ante las polarizaciones y los arrebatos que cada vez más se muestran en las redes y entre los políticos. Ella se caracterizó por tender puentes, confrontar razones pero no denostar a sus oponentes.
Los que la conocían, resaltan su personalidad tímida que, sin embargo, se transformaba en entusiasmo y liderazgo en dos circunstancias: cuando estaba en tribuna defendiendo las leyes y cuando hablaba de su otra gran pasión, la ópera.
El miércoles, mientras su ataúd envuelto en la bandera estadunidense era colocado entre las columnas del edificio de la Corte Suprema, la Met anunciaba “con dolor” su decisión de cancelar la temporada de ópera 20/21 debido a la pandemia.
No son muy buenos tiempos para la justicia, la tolerancia y el arte.
horacio.besson@milenio.com