En chino, la palabra weiji la forman dos ideogramas que significan, respetivamente, “riesgo” y “oportunidad”. Este es un tema reiterado en los diálogos sobre motivación, pero una búsqueda curiosa revela que esto no es cierto. Pero me atreveré a decir que debería serlo y la crisis que vivimos hoy por el coronavirus deberíamos aprovecharla, convertirla en una oportunidad para reinventarnos.
Para millones de mexicanos, el coronavirus es todavía algo así como el coco: entidad abstracta convocada por quién sabe qué fuerzas malévolas para algún nefasto propósito. Ven al Presidente tomar las cosas con humor y desenfado, y se dicen para su fuero interno que seguramente todo saldrá bien. Después de todo, ¿no somos los mexicanos un grupo étnico particularmente garrudo y resiliente? Y como pasan los días sin que el desastre llegue, su noción se confirma.
Craso error. El crecimiento en el número de infecciones, de casos sospechosos y del ocasional deceso, nos dice que el fenómeno apenas inicia. A regañadientes, porque el que no trabaja no come, poco a poco hemos entrado en una dinámica de distanciamiento social a la que llegamos casi a empellones, a causa del manejo ambiguo de las autoridades.
Bueno, eso se acabó.
Esta es la hora aguantar con paciencia, con tranquilidad, con la ayuda de familiares y amigos, a que las primeras oleadas del contagio pasen. Si nos va bien, y ojalá que así sea, el coronavirus será como una pesadilla larga y empezará lo verdaderamente difícil, que será aprender a vivir en una nueva realidad.
No importa si las cosas se hicieron mal, o si los modelos en que se basó la respuesta estaban errados, si el sistema nacional de salud está terriblemente apaleado y si hay grupos políticos buscando sacar provecho de la situación. Lo que se hizo, lo que se sigue haciendo, es una estrategia que se eligió deliberadamente, y a nosotros nos toca, como ciudadanos, hacer lo nuestro porque el impacto sea menor en magnitud y más extendido en el tiempo. Literalmente lo mejor que podemos hacer ahora es aguantar con paciencia a que pase el temporal y tener confianza. Confianza en que la epidemia cederá y en que de ella aprenderemos no solo ciencia sino, sobre todo, solidaridad y empatía.
Dice mi sobrina Adriana que se aburre. Mi hijo, aunque totalmente digital, también se exaspera un poco. Pero hay que pensar en quienes no pueden darse el lujo de aburrirse; en quienes enfrentan esta situación sin herramientas ni recursos; en quienes cada día siguen dando la pelea por mantener los engranes de la sociedad girando. No desperdiciemos esta oportunidad de convertirnos en una versión más noble de nosotros mismos.