Varios comentaristas en los últimos tiempos se han dedicado a analizar lo que sucederá en la era posterior al coronavirus. Según parece, avizoran una transformación radical de muchas cosas, empezando por las estructuras productivas, pero sobre todo se refieren a las ideologías. Auténticos revolucionarios de diván, parecen creer que la pandemia cambiará el chip de los sobrevivientes, que de buenas a primeras verán las bondades de la colaboración, de la empatía y de las cosas buenas de la vida. Si no es juntos, dicen, no vamos a sobrevivir.
Pero si revisamos a esas personas en transformación, y leemos en sus experiencias de cuarentena los procesos mentales por los que están pasando, tendríamos que ser mucho muy escépticos respecto al porvenir.
No digo que no haya buenos ejemplos, envidiables y encomiables. Uno de mis amigos publicó una lista de sitios donde uno puede donar alimentos, efectivo o cosas para alimentar a los menesterosos, que son siempre muchos. Otro de mis amigos, Miguel Ángel Arritola, es él mismo, un ejemplo de lo que es portar con dignidad ese segundo nombre para tender la mano al que no tiene, a la que anda en la calle, a los más desprotegidos. Sí, tenemos entre nosotros a gente buena y más que buena. Pero les tengo una noticia: ellos ya eran buenos desde antes del coronavirus, lo son ahora y lo seguirán siendo después de la pandemia.
Pero las curvas no pierden lo aplanado solas. Hay miles de personas que rompen las reglas de convivencia un día sí y otro también. Unas lo hacen por necesidad, porque si no salen no comen; y por lo menos muchas le buscan por la buena. Otras también tienen necesidad, pero le buscan por la mala, aprovechándose del prójimo o de la circunstancia: son la escoria de la sociedad y lo eran desde antes de la pandemia; sería ilusorio creer que no aprovecharán el río revuelto para seguir haciendo de las suyas.
Otros rompen las reglas y deambulan por todas partes por ignorancia, una ignorancia criminal que los expone a ellos y también expone a otros por simple contigüidad física. Y también hay los que violan las reglas por valemadrismo puro. Como en la película de Batman, son los que solo quieren ver el mundo arder, porque todos se las deben.
Así que demos un salto a septiembre o, para ser más flexibles, hasta noviembre. ¿Viviremos en un mundo nuevo? Sí podemos decir que el mundo será otro, y puede que parte de la humanidad cambie, pero lo más probable es que sigamos siendo los mismos de siempre, un poco más cautelosos porque el que se quema con leche hasta al jocoque le sopla, un poco más desconfiados, porque el virus llegó para quedarse, pero en esencia estaremos en el mismo mundo. Somos sus cucarachas.