Cantos de Maldodor: no el homo sapiens, sino el hombre

Ciudad de México /

El hombre con todas sus flaquezas, debilidades, dudas, incertidumbres. Pero más, con toda su crueldad, violencia, salvajismo, bestialidad, sadismo, barbarie. Y no como “Homo Sapiens” (“Hombre Sabio”, “Capaz de Conocer”) término acuñado por el naturalista sueco Carl von Linneo, padre de la Taxonomía (del griego, taxis, ordenamiento y nomos, norma o regla) la Ciencia de la Clasificación.

Cuando Linneo describe al homo sapiens como ese ser capaz de realizar procedimientos simbólicos y conceptuales muy complejos (operaciones matemáticas, sistemas lingüísticos) a través de razonamientos abstractos, debido al aumento de su cerebro, pero sobre todo, por el desarrollo del lóbulo frontal, que lo llevaron a introspecciones e indagaciones para transmitir información para sí y la sociedad, y que él consideraba: “

Como el fin último de la creación.” Le faltó indagar en su comportamiento. Aunque años más tarde diría que clasificó al hombre como cuadrúpedo porque no era planta ni piedra, sino un animal.

El hombre idílico descrito por Linneo, en el Poema: Los Cantos de Maldodor (el Mal de Aurora) está muy lejos de ser un sabio. Aquí vamos a enfrentar a un ser lleno de perversidad, con el único deseo de maltratar a los mortales de un modo brutal, inhumano.

Maldodor, un espécimen demoniaco que odia y ofende a Dios, que a su vez es narrador y que podría ser el mismo autor, narrando la crueldad a la que un humano puede llegar: “Mi poesía tendrá por objeto atacar por todos los medios al hombre, esa bestia salvaje, y al Creador, que no debería haber engendrado semejante carroña.”

El autor nos advierte que no entremos al libro: “No es aconsejable para todos leer estas páginas. Por lo tanto, alma tímida, antes de penetrar más, dirige tus pasos hacia atrás y no hacia adelante.” Cuando lees esto en la primera hoja, te dices: ¿Qué podrá tener que no resista? ¡Es probable que la advertencia te cause risa!

Ahora lo sé y coincido con él, Los Cantos de Maldodor, es una lectura extrema.

La obra está inscrita dentro del género de prosa poética, compuesta por el poeta Isidore Lucien Ducasse (de nacionalidad Franco-Uruguaya), la escribió con el seudónimo, Conde de Lautréamont, fue publicada en París (solo el primer Canto) en 1868 (él pagó la impresión). Un año después en Bruselas, Bélgica, se editaron los cinco Cantos restantes que la integran.

Esos pocos ejemplares (se cree que no fueron más de diez) no salieron a la luz por temor del editor a que lo encarcelaran por inmoral o pecaminoso. Ducasse muere de tuberculosis, en su casa, en 1870, con solo 24 años de edad.

El libro fue descubierto, en 1887, por el escritor Léon Bloy (férreo defensor de la religión católica) quien señala que la obra es la peor aberración y deplorable lava líquida y dice que el autor es el más descarriado y deplorable de los perturbados. Hecho curioso porque siempre que se reseñe el texto, estarán emparentados.

Isidore Ducasse fallece sin imaginar que su creación con el paso de los años se convertiría en la influencia más importante del movimiento surrealista, cuando el fundador de esta vanguardia, André Bretón, lo reconoce como: “La expresión de una revelación total que parece sobrepasar las posibilidades humanas.”

El escrito es una lectura de culto e infaltable en la historia de la literatura porque a través de sus imágenes poéticas, leamos algunas: “Mientras el viento de la noche, que busca calentarse, hace oír sus silbidos”

“Conchas acarreadas por las ondulaciones moribundas de las olas”. “Todas esas tumbas esparcidas como flores en un prado”. “Seres tan plenos de vida, aunque colocados, por debajo de la escala de las existencias.” ¡Cuidado! Estas frases hermosas pronto nos llevarán a pederastias, violaciones, asesinatos.

En este poema hemos analizado a ese ser humano sanguinario y monstruoso que existe dentro de nosotros, pero nos negamos aceptar que en diferentes épocas y naciones han surgido los retorcidos.


Hugo G. Freire


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