Si los personajes de la fenomenal, fantasmagórica y universal novela Pedro Páramo, del escritor mexicano Juan Rulfo, publicada en 1955, hubieran conocido la Tanatología (del griego, “Thanatos”, muerte, y de “Logos”, estudio o tratado), el estudio de la muerte, pero en vida; la ciencia del buen morir, la compañía para aceptar la muerte... ninguno estaría penando en Comala.
Tanatología, vocablo acuñado en 1901 por Elie Metchnikoff (premio Nobel) y utilizado en la medicina forense para referirse a la muerte en términos legales.
Hoy la Tanatología es una ciencia interdisciplinaria (psicólogos, médicos, psiquiatras, enfermeras) que orientan, ayudan y conducen de manera profesional a un enfermo y familiares para que reciban la muerte con serenidad y alegría.
Esta manera diferente de ver a la muerte se lo debemos a Elisabeth Kübler-Ross que publicara en 1969 el libro “Sobre la muerte y los moribundos”. Ella plantea cinco etapas. Negación: se dice, “esto es un error”, “no, no, a mí no”. Ira o Enojo: todo se vuelve molesto, todo incomoda. Negociación: se quiere negociar con una divinidad más años para resolver cosas. Depresión: se está silencioso, no se recibe a nadie, se llora, no se quiere ser una carga para los demás. Aceptación: se comienza a sentir cierta paz, se resuelve asuntos, se duerme mucho, se empieza a renunciar a la vida.
Aquí es donde entra el científico de la Tanatología orientando al enfermo y dolientes para aceptar la realidad con esperanza y se realice una muerte en paz y armonía consigo mismo, con los demás y con la vida.
Estos profesionales que nos enseñan a enfrentar la muerte no contradicen los preceptos religiosos, sino que los unen. Pero analizando a detalle, veremos que lo que en realidad quitó Kübler-Ross es ese sentido del pecado que las religiones nos han implantado desde su aparición. De esa culpa que según vamos acumulando diario a los ojos de Dios y que llegado el momento de la muerte pedimos que Él nos salve a través de un personaje que entre ellos se dieron la facultad de ser sus representantes.
Diremos, en todo caso, lo que Dios desea en ese lapso tan difícil es un acto de verdadera fe de uno mismo, que Él reconozca la intensidad de nuestro sentir, que se entere que nos llena de felicidad, que nos acoja y nos lleve a su mundo, desde luego, sin un intermediario que hable por uno, que lo atiborre con palabras huecas, con frases que no siente. Sumémosle que ignoramos qué habrá hecho esa persona en su vida.
Con esto, vayamos a Pedro Páramo. La historia se puede describir de forma sencilla: Un hijo promete a su madre en el lecho de muerte que irá a Comala para reclamarle a su padre Pedro Páramo. Pedro es el cacique del pueblo que hace y deshace con los habitantes. Tiene hijos que no reconoce. No ama a nadie. Está enamorado, desde niño, de una mujer que se casó y se fue del pueblo. Cuando enviuda, la trae. Antes mata al padre. Se casan. Ella nunca olvida a su amado, enferma y muere. Los vecinos no hacen duelo. Pedro se cruza de brazos y el pueblo poco a poco se deshabita.
Si solo lo viéramos así, sería un libro cualquiera. El texto se vuelve extraordinario porque cada una de las historias que van surgiendo crea la obra, si faltara alguna no existiría. Está entretejida, como una tela, donde cada hilo es independiente y todos hacen el lienzo.
Lo que lo hace universal es el tratamiento de la conducta humana: crímenes, codicia, lujuria, incesto, suicidio. Todo envuelto en un sentir religioso lleno de culpas, los personajes están muertos y penan buscando el perdón de Dios. Ellos narran los sucesos. El escrito es un poema o, mejor dicho, está dentro del género de la prosa poética.
Finalicemos: la Tanatología nos ayuda a concebir la muerte como algo inevitable pero comprensible, por otro lado, ya no oímos que somos pecadores y malditos porque tenemos la fortuna de que las sociedades viven hoy la cercanía con Dios sin ayuda de terceros, los mismos que con sus actos, se han deteriorado.
Hugo G. Freire