Cruise

Ciudad de México /

Desde siempre me ha gustado volver a ver las puestas en escena que me han atrapado. Hay quien dice que esto no tiene sentido porque al hacerlo se pierde el impacto de la primera vez. Yo creo lo contrario.

Los actores afirman, con razón, que cada función es única e irrepetible, pues el lazo que se establece entre escena y público es instantáneo y efímero. ¿y si para ellos es así, por qué no lo va a ser también para el espectador?

Esta práctica me ha permitido descubrir detalles, algunas veces vitales, para apreciar un montaje en plenitud.

Exactamente esto me sucedió hace un par de días cuando volví a ver Cruise. Mi última noche en la tierra, que me gustó mucho más que la primera ocasión, en la que ya me había fascinado.

La conocí apenas en su segunda función al público y la puesta en escena ha madurado brillantemente.

Se trata de un espectáculo unipersonal que aborda el siempre complejo tema del SIDA. La acción sucede en dos tiempos: la actualidad y la década de los 80, la época en que esta enfermedad estalló en el mundo entero.

Escrita por Jack Holden, quien también la protagonizó en Londres, Cruise se estrenó en 2021, y se colocó como el primer éxito teatral en aquella ciudad, posterior a la pandemia del Covid.

La trama inicia en el hoy, y gira en torno a un joven voluntario en un centro de ayuda a la comunidad LGBTQ+, quien recibe una llamada de un hombre que vive con VIH desde hace décadas. A través del teléfono se establece una relación que lleva a ambos personajes a confrontar sus creencias, sus valores, sus dudas, sus temores…

Como bien se explica en el programa de mano, “la obra busca hacer un paralelismo con esa época y la actualidad, en una reflexión lúdica, divertida, musical, sensual y, en definitiva, conmovedora”.

El paralelismo se logra de manera estupenda. Gracias el texto, que es muy fluido, el espectador pasa de una historia a otra de manera clara y ágil; a esto hay que sumar la atinada adaptación y puntual dirección escénica de Alfonso Íñiguez, quien explota al máximo cada instante y lleva a los personajes de arriba abajo creando una especie de sube y baja física y emocional.

¡Gran trabajo de dirección!

Para lograrlo, Alfonso se apoya en los estupendos diseños de escenografía (Javier Ángeles) e iluminación (Matías Gorlero); y en la muy atinada participación del DJ Miguel Urueta.

Y quiero detenerme en dos elementos que me deslumbraron, sin exagerar, en esta ocasión.

La escenografía, absolutamente conceptual, permite que la historia fluya ágil y contundente. Los múltiples espacios y tiempos en los que sucede la acción quedan perfectamente claros sin caer en las obviedades. Esencial para lograrlo es la iluminación. SOBERBIA, así con mayúsculas. Se trata de un diseño milimétrico, con un alucinante juego de espejos, que pude disfrutar gracias a la estupenda ubicación (fila G) en la que me encontré.

¡Aplauso de pie para Javier y para Matías!

Y de ovaciones se trata, la más estruendosa es para Alejandro Speitzer, el protagonista.

Esta puesta en escena es, sin duda, un salto cuántico en la carrera de esta joven estrella, quien en este unipersonal --en el que da vida a una decena de personajes-- muestra que es mucho más que un galán (y vaya que lo es) de series y películas: ¡es un gran, GRAN ACTOR! (así con mayúsculas y signos de admiración).

Hay que aplaudir su valentía e interés en crecer, pues dado lo muy famoso que ya es, y el muchísimo trabajo que tiene, bien podía quedarse cómodamente en ese mundo, pero no; se lanza al vacío en esta prueba enorme y resulta ganador al 200 por ciento. ¡Bravo Alejandro!

Y evidentemente un aplauso para Sergio Gabriel --productor de la puesta junto con Óscar Uriel--, que al igual que el joven Speitzer es un amante del teatro, del que no se aleja pese al enorme éxito que tiene en el mundo de los conciertos.

Me dio un gusto enorme regresar al bellísimo teatro Milán, y volver a ver Cruise. Mi última noche en la tierra, donde se presenta de viernes a domingo.


  • Hugo Hernández
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