El tranvía se ha transformado ahora en un vochito destartalado; Blanche ha trasmutado en Mariano; alguna playa mexicana ha tomado el lugar de Nueva Orleans… Sin embargo: la esencia se mantiene intacta.
(Permítaseme este gran paréntesis. Don Jesús Reyes Heroles, uno de los ideólogos más grandes de la política mexicana, acuñó una frase que puede aplicarse a la perfección a esta puesta en escena. Sentenció don Jesús: “hay que hacer todos los cambios que sean necesarios para que las cosas sigan siendo las mismas”.)
Y sí; al ver Puerto deseo, es más que evidente como bien se apunta en el programa de mano, que esta obra está inspirada en Un tranvía llamado deseo, del gran Tennessee Williams, y se han hecho cambios, muchos, muchísimos, para adecuar la obra a nuevos públicos, y se ha logrado mantener la esencia de la misma.
Estrenada en 1947, Un tranvía… es ya, sin dudarlo, un clásico del teatro universal contemporáneo, que sigue vigente, vivo, y que su historia y personajes son tan válidos hoy como lo fueron hace casi 80 años.
Totalmente destruida, la protagonista llega buscando refugio a casa de su hermana, para encontrarse con un ambiente hostil, en que lejos de mejorar, cae en una espiral descendente del no puede escapar. Esa es la premisa, que han tomado las dramaturgas Mariana Giménez y Gabriela Guraieb para armar una historia cruda y pavorosamente actual.
La frágil Blanche Dubois es ahora Mariano, un hombre gay que ha sido expulsado de su comodidad al transgredir las reglas marcadas por una sociedad que condena lo que le es diferente, y frente a lo cual tiene miedo.
Dirigida también por Mariana la acción sucede en una geografía indefinida; sin embargo, son identificables la pobreza, la decadencia y la violencia imperantes.
Como en el original, Mariano/Blanche guarda un oscuro secreto y se enamora de una posible pareja imposible para intentar salir del hoyo en el que vive, sin embargo, el pasado le alcanza y rompe todas sus aspiraciones. El destino, que siempre es fatal, se cumple inexorablemente.
Como una tragedia griega, hay un coro, aquí materializado en una banda musical, que comenta, adereza, juzga las acciones…
Se trata de una versión realmente arriesgada del clásico de Williams. Pero como dice la sabiduría popular “el que no arriesga no gana”. Aquí arriesgan mucho y… ganan mucho.
Puerto deseo conecta con un público juvenil, que muy probablemente no conoce la obra original, y esta versión le es más empática. Pero también atrapa a quien ha disfrutado de la historia clásica, pues le permite ir conectando lo que conoce con la nueva propuesta.
A ello contribuye, además de la bien logradas dramaturgia y dirección, el estupendo trabajo de creativos y actores.
Entre los primeros se encuentran: Mario Marín del Río y Alita Escobedo (diseño escénico; y ella también responsable de la iluminación, y él del vestuario); Miguel Tercero (director musical); y Luis Arturo Rodríguez (diseño de movimiento).
Y el talento y trabajo de todos al servicio de un elenco excelente, integrado por Verónica Bravo (Isabel); Pablo Marín (Mariano); Cristian Magaloni (Pau) Álex Gesso (Ramiro); Sunem Cedillo (María); Natanael Ríos (Guillermo) y Santiago Alfaro (Tony). ¡Bravo a todos!
Puerto deseo es una muestra de teatro valiente, de un acercamiento bien trabajado de un texto clásico, al que (como sentenció Jesús Reyes Heroles) se le han hecho todos los cambios necesarios para que la esencia se mantenga intacta.
Puerto deseo se presenta de jueves a domingo, en el teatro Juan Ruiz de Alarcón (que por cierto se ha modernizado y el boletaje ya es electrónico y numerado), dentro del siempre impresionante Centro Cultural Universitario, en Insurgentes Sur 3000.