Hace días México fue noticia por el ojo de fuego en el golfo. El mar ardió por horas a causa de una fuga en uno de los gasoductos de Pemex. Suceso que trajo de vuelta al tapete la conversación sobre energías renovables. Un tópico que ha sido polémico durante la gestión actual debido a que el plan de gobierno ha hecho énfasis en la promoción de energías fósiles.
El tema es que la política energética del país es una paradoja en sí misma. Por una parte, nuestro territorio posee potencial envidiable para energías renovables, el porcentaje de radiación y la eficiencia eólica son algunos indicativos, pero pareciera que la tradición petrolera es un factor que sigue pesando más; somos, en este momento, el único país del G40 que está entorpeciendo el desarrollo del mercado de energías renovables.
Para desgranar este asunto por partes, empecemos por el término de “energías limpias”, un eufemismo que se instaló desde el mandato de Peña Nieto para considerar al gas, la energía nuclear y las mega hidroeléctricas como parte de la cuota de producción de energías que demandan acuerdos internacionales en materia de ecología.
Sin embargo, hay un trecho entre lo que se plantea cuando se dice “energías renovables”, de fuentes que no se agotan, y las “energías limpias” que propone el gobierno mexicano a partir de la excusa de que se consideren también todas las que, en teoría, no generan contaminantes en su producción.
En este sentido, el accidente ocurrido recientemente es el mejor ejemplo, empezando porque el nitrógeno con el que las autoridades apagaron el incendio es altamente contaminante, según declaran activistas; pero también, por el daño al ecosistema marino de la zona, lo que devela un poco la ilusión de la “limpieza” e inocuidad de la explotación del gas.
El problema real es que éste no es el primero ni el último de los accidentes de la industria petrolera y las generaciones más jóvenes se empiezan a preguntar si la energía proveniente de fósiles es realmente la fórmula ideal para seguir avanzando. Vivimos un momento en el que el cambio climático señala el jaque en el que la humanidad ha colocado al mundo por el estilo de vida post-industrial.
Pero también, complejos y contradictorios como somos, gracias a nuestro ingenio hemos creado tecnologías más amables, que no sacrifican nuestra idea de desarrollo y que son sustentables. La energía eólica y la solar son algunos ejemplos de elementos a la mano que pueden ser aprovechados sin sacrificar el bienestar a futuro de un planeta en el que, a pesar de las ideas de colonización interplanetaria que proyectamos, no somos visitantes de paso. Aunque a veces lo olvidamos, somos piezas interdependientes y frágiles del rompecabezas.
La transición energética hacia fuentes renovables parece ser el hito que estamos atravesando, como uno más de los que marcan nuestra historia desde que logramos dominar el fuego. En los últimos años los avances y la inversión en este tipo de industria han dado saltos cuánticos hacia el camino de escalar y abaratar cada vez más la producción y acceso a estas opciones de energías, Aun así, el cambio de mentalidad requiere un reset en el abordaje de políticos, industria y sector civil, una tarea titánica pero no imposible, Chile puede dar fe de ello.