El silencio de la tribu

  • Columna de Inés Sáenz
  • Inés Sáenz

Ciudad de México /

Quiero hablar del silencio cómplice.

Me refiero al silencio intencionado para invisibilizar un problema. Ese tipo de silencio con el que responde quien es testigo de un daño, o la salida fácil de quien sabe de un conflicto que le atañe, pero no le afecta directamente. El silencio social.

El caso expuesto por la senadora Alexandria Ocasio Cortez en torno a los insultos que recibió del senador Ted Yoho (video viral en YouTube) me reveló el peso de ese silencio. El caso da para una buena discusión, pero he decidido hablar de ello desde el ángulo de quien decide escabullirse sin enfrentar la verdad. Quiero hablar de lo que calló el senador texano Roger Williams, quien estaba al lado de Yoho cuando éste le soltó sus majaderías a la senadora por NY. A pesar de estar metido en la conversación, cuando la prensa le preguntó por lo sucedido, la reacción de Williams fue contestar que no había oído nada y se marchó sin decir esta boca es mía.

Por lo general he sentido los pinchazos del silencio cuando trato temas relacionados con la violencia hacia las mujeres. El silencio del que hablo no es privativo de un género en particular. Aunque me ha tocado sentirlo mucho más de algunos hombres, el callar es algo que nos atraviesa por igual. En lo personal, he experimentado ese silencio ninguneador que me regresa una sensación de falta. Por eso me interesa abordarlo, a través de la historia denunciada por la senadora. El silencio que percibió Alexandria Ocasio Cortez no es exclusivo de una cultura, por eso lo entiendo como un silencio social, no tengo otra manera de llamarlo.

El español es rico en frases relacionadas con el no querer admitir lo que sucede, con hacerse pato, fingir demencia, hacerse el occiso, hacerse el tonto. Con fingir ignorancia, hacerse el desentendido, fingir no enterarse, hacerse el loco o sordearse; con hacerse el pendejo, pretender no ver, hacer oídos sordos, dejar pasar, hacer la vista gorda, pasar por alto o desestimar. Nuestro idioma es fértil cuando se trata del fingimiento.

No quiero juzgar, quiero entender. Con ese afán busqué a algunos amigos que pudieran sincerarse conmigo con absoluta confianza; les compartí el video en cuestión y les llamé por teléfono.

Mi pregunta era una sola: ¿Qué mueve a algunos hombres al silencio? Aquí algunas respuestas:

“Es una cuestión gregaria. Entre cuates nos reímos del término machista. En grupo, somos incapaces de llevar la contraria a alguien que piensa así. Yo no sé si guardaría silencio o le llamaría la atención a ese senador, pues reconozco que el machismo en el que he vivido nos ha sido inculcado desde pequeños. En el caso de Alexandria Ocasio Cortez, creo que el ramalazo que recibió fue no solo machista, fue además clasista y racista.” … “A mí me encabronó que no dijera nada. Por groseros, por maleducados, yo le habría dado un chingadazo en la cara a Ted Yoho”… “Por complicidad. Por sumisión a una cultura misógina que hombres y mujeres practicamos día a día”… “Por miedo, por sentirnos amenazados. A mí ella me da miedo, me da miedo que me destruya, que me coma, que se cambien los roles y que se vaya a poner en mi lugar. Es muy básico el asunto. Es por miedo a mover demasiado las cosas, porque al moverlas yo puedo perder mi lugar. Es muy primitivo porque se trata de territorialidad. Es un miedo de sobrevivencia”… “Callar es muy cómodo. Se trata de una obediencia a un código de honor de ‘aquí no ha pasado nada” que apoya al agresor y desampara a la agredida. La costumbre es que las agredidas también suelen callar. Si el testigo calla, se multiplica la presión para que la ofendida calle. Al callar, minimiza el insulto. Por eso se vuelve importante que ella haya roto el silencio. El silencio del testigo es fundamental para perpetuar el silencio social. Siempre ha habido violencia, pero hoy hay más mecanismos para ponerla en evidencia”.

Mucho que pensar sobre este fingir que nada pasa.

Me queda claro que para desarmar ese silencio, hay que señalarlo. 

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