En entrega previa de Otras resistencias destacaba la relevancia que tiene en el presente el valor de la memoria, de forma concreta aquella memoria colectiva que invoque aquellos hechos y casos que hoy explican una declaratoria de alerta de género en el estado (avg) que se explica desde un estado de descomposición e impunidad tolerado y construido desde la ignominia de los últimos gobiernos municipales y estatales. No es que un día hayamos despertado con un estado violento, esta ruptura de un orden de paz social tuvo fracturas graduales a la vista de todos y todas.
Hechos violentos contra las mujeres y niñas, contra sus vidas e integridades se fueron aproximando a nuestras realidades cercanas. Hoy el monstruo sigue aquí entre nosotras.
Era abril del 2015…
Natalia Becerra Rodríguez tenía 18 años, una juventud en plenitud, una familia formada por sus padres Juan Antonio y María del Carmen, tres hermanas y un hermano, ella era la segunda, solo por debajo de su hermana mayor, Beatriz.
“Changuita”, como le solía llamarla cariñosamente su padre, Natalia era una regular estudiante de preparatoria en el municipio de San Francisco del Rincón, “San Pancho”, Guanajuato. Soñaba con egresar y estudiar criminología, la ciencia que estudia los crímenes. Le interesaba conocer y entender las causas que originan a los criminales y los tipos de crímenes, las reacciones sociales. Éstas, y otras inquietudes, eran pláticas cotidianas con sus padres, con su novio y compañeros. De carácter reservado y tranquilo, era franca y valiente cuando de exponer sus proyectos y opiniones se trataba, nadie se atrevía a dudar que lograría lo que se propusiera.
Como una cruel ironía de la vida, y como parte de un gobierno omiso y tibio ante la recurrente tragedia que aqueja la vida y la integridad de las mujeres, el sábado 18 de abril Natalia sería asesinada, y con ello se sumaría a las estadísticas que aspiraba a analizar para erradicar, “tenía un gran sentido de lo justo, de lo bueno, de comprensión del dolor de otros”, con visible dolor, así la recuerda su madre.
Ese sábado Natalia se despertó temprano, a pesar de que estaba agotada, diez días previos su madre estuvo internada por una afección crónica en los riñones con la que la familia había debido replantear su rutina para fortalecer cuidados y atenciones. Por su parte, ella se empeñaba en permanecer en el hospital el mayor tiempo posible, quería cuidarla y verificar personalmente su recuperación. Madre e hija tenían una estrecha relación, disfrutaban de bailar juntas y escuchar música, por ello a pesar de los señalamientos de su padre Juan Antonio para que descansara, Natalia permanecía en el hospital. El viernes 17 de abril, dieron de alta hospitalaria a Carmen. La familia decidiría que lo mejor era que ella se trasladara a la casa de la abuela materna, quien vivía en la comunidad El Tecolote, perteneciente al municipio de San Pancho. Por ello, el sábado Natalia despertó con el ánimo de concluir sus labores y reunirse a la brevedad con su madre convaleciente.
Desde hacía varios meses, como una forma de apoyar la economía familiar ambas eran empleadas de una lavandería, ese día tocaba a Natalia el turno hasta las 8:00 de la noche. Prometió a su madre regresar previo a las diez, lo haría en un camión que tomaría en la cabecera municipal, “mamá esperaré el camión que me deja lo más cerca del Tecolote, pasa como a las 9:00 de la noche”.
Para el encuentro con su mamá y hermanas, Natalia abordaría la ruta 7706, a las 20:55 hrs. A partir de las 21:30 horas, Carmen comenzaría a llamar por teléfono a su hija para ubicar su proximidad, “yo sentía una gran angustia y ansiedad que no podía explicar”. Después de algunos intentos, le contestaría, su tono de voz no era el de siempre, apenas unas palabras, “voy llegando mamá”, habló, y exhaló. Al colgar Carmen diría a sus hijas, ‘Natalia viene enojada, no fue cariñosa’, su voz la contrastaba con su habitual y eufórico saludo, ¡hola madre! Esta sería la última llamada entre ambas.
Las siguientes horas fueron de agónica espera, búsqueda en los alrededores e insistentes llamadas. Natalia ya no contestaría. A media noche le avisarán a Juan Antonio, su papá, y a su novio, Edgar, de 20 años de edad, quien visiblemente consternado se une a la búsqueda.
Mientras Juan y Edgar recorrían carreteras y caminos aledaños, en vehículo y a pie, Carmen y sus hijas hacían lo propio en la comunidad en medio de la noche y sin apoyo de ninguna autoridad. Alrededor de la una de la mañana, Juan pide apoyo a la Policía Municipal de San Pancho, apenas y le harían caso, simulan registrar lo que les piden, “por ahí debe de andar su hija, calma”. Desesperado, Juan solicitará también el apoyo a policías de Purísima del Rincón, tampoco obtendrá respuesta. Será la policía municipal de Manuel Doblado quienes le apoyaran en la búsqueda. Las siguientes horas, verificaría que las dos primeras corporaciones no habían realizado ningún reporte.
Sin dormir, en búsqueda y creciente angustia, llegaría el domingo. A la una de la tarde, estando Juan en el Ministerio Público de San Pancho, le notificarían el hallazgo de un cuerpo en un estanque, entre las comunidades Dolores, Cañada de Negros, San Ángel y El Tecolote. Al llegar al lugar señalado, en medio de una veintena de familiares y personal de la Procuraduría, se abrió camino. De frente, un cuerpo. “Yo sabía que era ella, con verla de lejos lo supe, pero me negaba a creerlo, a aceptarlo”, ¿por qué a mi hija?, ¿por qué así? El rostro y torso de Natalia se encontraban en el estanque, visibles lesiones, y muchas preguntas.
Por parte de la Procuraduría se les ofrecerían apoyos, el primero, pago de servicios funerarios, pero “a partir de sus opciones”. La familia se niega, y deciden despedirse de ella en un espacio elegido. El segundo apoyo, “atención psicológica”, en dos semanas, al escribir estas líneas Carmen aun no es atendida.
El lunes 20 de abril, a partir de testimonios recabados, y el nervioso regreso de uno de los presuntos responsables al estanque donde fue encontrada, personal de la Procuraduría presenta por su posible responsabilidad a Juan Valdez, alias “El chimuelo” de 20 años, al “Cheche” de 20 años, y al “Chundai”, de 19 años, los tres, vecinos de la comunidad Dolores. En un cuestionable protocolo de las autoridades, esté último establecerá una especie de “careo”, para conocer la versión de los hechos.
En la versión del “Chundai”, los tres estaban drogados, al ver a Natalia “la levantaron”, la golpearon, no querían matarla, hasta que lo hicieron. Confirma “que la dejaron contestar el celular para que hablara con su mamá” En su testimonio afirmó, “yo corrí y aún estaba viva”. Horas más tarde el “Chundai” sería liberado, personal de la Procuraduría le solicitaría a Juan, el padre de la víctima, “le diera un ride a la comunidad, al fin van por el camino”. Carentes de todo un protocolo de atención a víctimas, Juan y Carmen caminaban, acataban y atendían con letargo, y “gratitud” a una autoridad que estaba “atendiéndolos”.
“Yo le pedí a Dios me diera fuerza, para no hacerle nada durante el camino, lo deje en su casa, y me retiré”, recuerda Juan.
El jueves 23, a cinco días del hallazgo del cuerpo violentado y sin vida de Natalia, al peculiar y habitual estilo de la Procuraduría de Justicia, se informa en breve, general y triunfalista comunicado que, “la pgj del Estado en acciones coordinadas con la Secretaría de Seguridad Pública del Estado, resuelven el crimen cometido en agravio de Natalia Becerra Rodríguez (…) El Ministerio Público ejercitó acción penal en su contra por feminicidio, ante el Juez Penal en turno”. Al comunicado le acompaña, un tweet del Procurador Carlos Zamarripa, “(…) detención de los Prob. Resp. De la Muerte de natalia”.
Inicia el largo camino del juicio.
Como intencional omisión ninguno de los dos comunicados señala que, no se trata de “una muerte”, sino de un asesinato, que se suma a las más de 20 mujeres asesinadas de enero a mayo, de este año. Un feminicidio más…
En evidente desdén al cumplimiento de las recomendaciones emitidas por el grupo de trabajo para evitar la alerta de género, ninguna autoridad se ha pronunciado, el silencio del gobernador, Miguel Márquez y de la directora del imug, Adriana Rodríguez, son el cuadro habitual, al que se suman sin el menor decoro las autoridades locales, aletargadas e indiferentes, en medio de este vacío de actuación, quedan las familias desoladas, y una sociedad que no termina de comprender el delito que tiene frente de sí.
Los padres, hermanas y hermano de Natalia, hoy intentan caminar sin ella. Carmen llora, sus ojos y varias partes de su cuerpo están inflamadas, no está en condiciones de escuchar ni aceptar lo que ocurrió con su hija, está en la etapa de negación propia del duelo, espera llegar a casa y encontrarla.
En tanto, Juan, su padre, está intentando tener la fortaleza que arbitrariamente le ha sido asignado en la sociedad, es evidente, su mirada está perdida, su andar es cansado, su cuerpo enjuto reclama el abrazo, pero su “yo interior, el yo cultural”, le repite a cada momento, “eres el papá y tienes que estar fuerte para sacar adelante a tu familia”. Por eso, habla, toma aire, pero no se atreve a llorar, dice que no puede hacerlo.
Como una iniciativa sin precedente, un grupo de compañeros de Natalia, convocaron a través de las redes sociales a una “Marcha de Silencio” para hoy viernes, que partirá del jardín principal de Purísima del Rincón, al jardín de San Pancho, pretenden con su silencio manifestar su solidaridad, indignación y exigencia de justicia y seguridad, una de las participantes del grupo organizador en su comentario muestra la contundencia de la intención, “vayamos en silencio, no permitamos que el gobierno se involucre, que ningún partido político participe, unámonos porque el silencio dice más que mil palabras, hoy por Natalia, mañana por nosotras (…)”. Una sociedad que nada espera del gobierno.