En Nicaragua,“manos arriba” o te mueres: Gioconda Belli

  • Daños colaterales
  • Irene Selser

México /

¿Cómo reaccionar ante un presidente que le declara la guerra a todo el que se le oponga? Un presidente que ha demostrado que está dispuesto a usar las armas, perseguir y juzgar como ‘terroristas’ a quienes osen contravenir la versión de la realidad que él ha venido desarrollando sobre lo que ha sucedido en el país”, se pregunta la poeta y novelista Gioconda Belli en un largo texto en el diario en línea Confidencial (www.confidencial.com.ni), a propósito del discurso de Daniel Ortega el pasado 19 de julio por el 39 aniversario de la revolución de 1979-1990, traicionada hoy por el autócrata de 72 años que alguna vez la lideró.

Al dividir a la población “entre sandinistas y terroristas”, Ortega “condena a priori cualquier acto de protesta contra su gobierno”, afirma Belli, quien desde hace más de un década rompió junto con otros políticos e intelectuales como el también escritor Sergio Ramírez, con el FSLN “orteguista”. “Calificar de golpistas, derechistas y parte de una conspiración urdida por fuerzas externas a los centenares de miles de nicaragüenses que han salido a las calles a pedir la renuncia de quienes consideran responsables de sus muertos, es ponernos a todos manos arriba”.

“Manos arriba —insiste Belli—, o uno muere o acaba en la cárcel del Chipote [de fama siniestra] sin ningún recurso legal para defenderse”. Agrega que “a los jueces que quieren oír las dos partes los echan, y a los acusados no se les permite su propio abogado. Se les nombra un defensor público a su arbitrio. Las sentencias que están recibiendo los nicaragüenses acusados de participar en las protestas son acordadas de antemano y castigadas con penas de hasta 20 años”.

Belli, con millones de libros vendidos en todo el mundo, Premio Sor Juana Inés de la Cruz entre otros reconocimientos, es también presidenta del Pen Internacional/Nicaragua desde donde ha denunciado la impunidad de Ortega y su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo (67); asociada, por cierto, en su país con “Lady Macbeth”, el personaje de Shakespeare que simboliza la dureza femenina puesta al servicio de la persecución del poder a cualquier costo.

“Desde el punto de vista de un estadista que tuviera la claridad de comprender que es el gobernante de todos y no solo de quienes lo siguen con fervor —prosigue Belli—, habríamos esperado el 19 de Julio, un discurso ponderado que aceptara que la reconciliación que predica pasa por no convertir la explosión social que tuvo lugar en una conspiración. Tenía en sus manos extender el olivo de la paz, pero ya hemos visto cuán difícil se le hace. No sé si entendí bien, pero creo que dio por terminado el diálogo al acusar a los obispos de ‘golpistas’”.

Pero —agrega—, el ataque a la Iglesia a la que como católico está obligado a respetar fue sorprendente. Creo que jamás, desde que (el ex presidente José Santos) Zelaya expulsó a los Jesuitas, se había visto una condena tan rotunda a la iglesia católica. (...) La clasificación de ‘terroristas’ parece que concede al Estado la licencia para matarlos como si se tratara de enemigos en una guerra. Es extraño que quien se profesa católico e invoca a Dios no se mida en su lenguaje”.

Es así que este 39 aniversario “se celebró sobre cientos de cadáveres y con las cárceles llenas”, dice la autora de El país bajo mi piel y La mujer habitada, exiliada en México y Costa Rica por el somocismo, y alerta de que ante sus partidarios “Ortega y Murillo continuaron con la terrible práctica bélica de deshumanizar a quienes perciben como enemigos”, calificados de “demonios (y) autores de ritos satánicos, hijos de Satanás”. “Una apelación peligrosa —destaca— a los instintos más atávicos de sus fieles, para que den rienda suelta a la hostilidad y agredan con garantía de impunidad a la parte de la población que ellos han tildado de ‘terroristas’ por el crimen de condenar la represión y demandar el fin del autoritarismo y el retorno de la democracia.”

Concluye que se está frente a una pareja “que en su absoluto control del poder no supo medir el resultado de la incongruencia entre su discurso y sus actuaciones; no supo medir cómo su práctica autoritaria asfixiaba a un pueblo que ya había pagado un altísimo precio por la libertad y no estaba dispuesta a cederla por láminas de zinc, cerdos, gallinas y parques”, como ha ocurrido desde 2007, cuando Ortega regresó al poder, acusado de múltiples fraudes al tener secuestrados los órganos electorales del país.

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