Todas las personas tenemos etiquetas ante nuestros amigos, compañeros de trabajo, familiares y hasta pareja; algunas son de carácter positivo, otras son denostativas y otorgan en sí minusvalía a quien ostenta dicho rol.
En un libro de Coaching se comenta que son importantes las etiquetas y que el manejo de esos roles son lo que de alguna manera nos pueden marcar el éxito o fracaso en la vida.
Estas etiquetas sirven como Efecto Pigmalión (la profecía que se realiza), de modo que si “al matemático” le pido apoyo para realizar cálculos y me ayuda, confirmo el rol que tiene; si a la “deportista” la invito a jugar futbol y acepta, se refuerza dicha etiqueta.
Pero en los últimos años, la Psicología, apoyo innegable de la Administración, comenta que no es conveniente tener el “peso” de una etiqueta, debido a que es una carga emocional que no debería tener nadie.
A Albert Einstein lo tenían catalogado como estudiante “malo” para las matemáticas, y su madre, el día que su hijo le contó que tenía esa etiqueta, lo defendió ante el profesor que le dictó ese epíteto, y ante el director de la escuela les dijo delante del niño: “Mi hijo es más inteligente que ustedes dos juntos”, y le quitó ese peso de “alumno malo” que nos hubiera costado retroceso en la ciencia del Siglo XX.
Recomendación: evite poner etiquetas a sus trabajadores, pues si son positivas (“el creativo”, “el cumplido”, “el resuelve todo”, “el puntual”) no permitiría que el empleado “se equivoque” como ser humano falible que es.
Si el empleado tiene un rol negativo (“el faltista”, “el mañoso”, “el transa”, “el nervioso”) tampoco permita que los demás lo consideren así, y deje que su personal lo sorprenda gratamente.
Usted, amigo lector, ¿qué etiqueta tiene?