En numerosos viajes a Argentina y Venezuela como Gerente General de la Corporación Interamericana de Inversiones, tuve la oportunidad de visitar varios estados de ambos países. Una costumbre cuando viajo es conversar no solo con políticos y empresarios sino también con taxistas, meseros y ciudadanos locales. En una ocasión en Venezuela, planteé la pregunta sobre cómo veían al presidente Chávez. Los habitantes del pueblo compartieron con entusiasmo que Chávez era el mejor presidente de su historia.
Al indagar más, descubrí que su apoyo no se basaba en complejos análisis políticos, sino en experiencias tangibles. Hablaban de recibir medicinas y apoyos para sus comunidades, por primera vez en sus vidas. Como acostumbro a preguntar seguido, les cuestioné que cómo sabían si las medicinas eran genuinas o pastillas de azúcar. Su respuesta me quedó grabada: “Mire, no sé si como dice usted lo que nos están dando son solamente unas pastillas de azúcar, pero antes ni eso nos daban. No sabían que existíamos”. Después de esa respuesta, no había nada más que decir. Un testimonio contundente de cómo una parte importante de la población valoraba el cambio que Chávez había traído, independientemente de sus errores.
A una década de su muerte, las estadísticas reflejan la persistencia del legado de Chávez en Venezuela. Según un reciente artículo de El País, sigue siendo el presidente más apreciado, con un 56 % de aceptación positiva. Ningún político ni del gobierno, ni de la oposición se le acerca en popularidad. Esta cifra es asombrosa, dado el contexto de la crisis que azota al país. El chavismo ha demostrado su resiliencia a lo largo de los años. Aún con la severa crisis en Venezuela y entre los que se han visto forzado a migrar, Chávez sigue siendo un ídolo. Para ellos, la culpa, la tiene Nicolás Maduro, que reconocen como el principal error de Chávez, por haberlo elegido.
Mientras tanto, en México, López Obrador comprende la fragilidad inherente a la transición de liderazgo y reconoce los numerosos desafíos que el próximo sexenio enfrentará. El crecimiento sostenido del crimen organizado y la inseguridad, los costos financieros derivados de los subsidios que se tendrán que seguir brindando, el financiamiento a PEMEX, los megaproyectos y mucho más.
De igual forma, el próximo gobierno podría encontrarse con sanciones derivadas de las violaciones al T-MEC, en un escenario de cambios políticos en EU. AMLO sabe que su carisma, cercanía, tracción y el gran apoyo de la población no podrán ser replicados por su sucesora; aunque fuera de la oposición. Tal vez, en lugar de haberle entregado un bastón a Claudia Sheinbaum, le hubiera entregado una varita mágica.
AMLO demuestra un profundo conocimiento de la historia, evitando repetir errores que otros líderes populares han cometido en el pasado. A diferencia de Perón que no apapachó a los militares y marinos, AMLO desde el primer momento los tomo como principales aliados al igual que Chávez y Ortega. A diferencia de Ortega y Chávez, López Obrador no reprimió a la oposición y tampoco buscó la reelección. En cuanto a la designación de su sucesor, Chávez nombró públicamente a Maduro, AMLO enfatizó en centenares de ocasiones que sería el pueblo quien decidiría esto, a pesar de cualquier actividad a puertas cerradas (y abiertas). Tendrá las encuestas independientes para demostrarlo. Su narrativa la aceptarán sus seguidores, millones de mexicanos. Cuando la que llegue a la silla del águila, no pueda resolver muchos de los graves problemas que heredará, él podrá decir: “Yo no la elegí, la eligió el pueblo”.
Aunque no les guste a muchos, pasará a la historia como un gran presidente. Su legado ya está puesto sostenido en ese vínculo casi religioso que él tiene con un amplio sector de la población. Al igual que el peronismo y el chavismo, el amloismo llegó para quedarse.
Jacques Rogozinski