La democracia estadounidense en el borde

  • Ekos
  • Javier García Bejos

Ciudad de México /

Vaya singularidad la de los requisitos que, de acuerdo a la carta magna de Estados Unidos, tiene que cumplir cualquier ciudadano de ese país que aspire a llegar a la sala oval: tiene que haber nacido en Estados Unidos, tiene que haber residido en el país al menos 14 años y debe tener 35 años o más. Eso es todo.

No hay una sola mención que haga referencia a algún tipo de clausula o condicionante si quien aspira a ser presidente tenga cargos penales en su contra, sea un exconvicto o incluso esté en la cárcel. Así que si llegará la remota posibilidad de que Donald Trump fuera condenado a prisión y a su vez ganará las elecciones de 2024, legalmente nada impediría que gobernara tras las rejas, según declaraciones para CNN de Derek Muller, profesor de Derecho Electoral en la Facultad de Derecho de la Universidad de Iowa.

Así, frente a un escenario tan sui generis como este, la democracia estadounidense y su sistema político se enfrentan a un desafío inédito en su historia. Por un lado, tenemos la disruptiva figura de un empresario convertido en político que vino a poner patas arriba al establishment político de una nación que siempre ha presumido tener un engranaje institucional y electoral sólido, confiable y transparente.

Por otro lado, Estados Unidos está atravesando por una crisis social y cultural sin precedentes que ha divido al país, que vive en la actualidad uno episodio de polarización sin precedentes en el que el discurso y la retórica política extremistas encienden continuamente los ánimos de la ciudadanía, tanto del bando liberal como del más conservador.

Y por último, me gustaría comentar sobre toda la trama que se ha desarrollado contra Trump después de las elecciones de 2020. Más allá de si los cargos en su contra y la nueva imputación por tratar de alterar los resultados de la elección de Georgia puedan afectarle en la campaña del próximo año -todo indica que no será así-, este oscuro episodio en la historia de Estados Unidos es revelador del enorme desgaste de un sistema que ya no da de sí y de la negativa para hacer algo al respecto.

En otras ocasiones he hablado acerca de que la democracia a nivel global está atravesando por una prueba de fuego y Estados Unidos, en gran medida, ha sido su detonador. A nuestro vecino le esperan tiempos harto complicados puesto que para muchos un posible segundo mandato de Trump no se antoja deseable, sin embargo, es muy probable que el neoyorquino logre librar los obstáculos que se le han acumulado en el camino y que incluso gane las elecciones del próximo año.

Porque siendo honestos, ¿acaso Joe Biden de verdad puede volver a ser un candidato que levante entusiasmo? Su presidencia ha sido gris y sintomática de un país que ha perdido un poco la brújula y le liderazgo de antaño. De ninguna manera asumo que el regreso de Trump vaya a sacar a Estados Unidos del bache, pero él es capaz de crear la narrativa y el sentimiento de que en efecto lo puede hacer además de que tiene a su favor un recurso poderosísimo para cualquier político: la explotación del papel de mártir perseguido por un sistema injusto.

Mientras esto sucede, quedan expuestos los enormes huecos legales de un sistema electoral que en el pasado sirvió de modelo para las naciones modernas y que ahora se ve amenazado por una segmento de su clase política que ha olvidado su pasado y tradición -me refiero al Partido Republicano en general-, y por otro segmento – el Demócrata- que no ha podido reinventarse y contrarrestar la poderosa influencia de un empresario que se adueñó de la agenda y narrativa política de su país y que, para bien o para mal, la ha transformado.


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