En 2020 la fórmula que le dio el triunfo a Joe Biden y al Partido Demócrata fue el voto en contra de Donald Trump. Pero repetir la receta quizá no haya sido la mejor opción y nos habla además de un problema mayor: si tu estrategia para ganar elecciones es votar en contra de algo o de alguien, quiere decir que como organización política no estás haciendo muy bien tu trabajo. El It’s the economy, stupid!, el lema de campaña de Bill Clinton, resume una lógica infalible, casi siempre, para el votante estadounidense. Y para muchos de ellos, pese a la estridencia del discurso trumpista, y aunque no necesariamente coincidan con todos sus puntos de vista, el país estuvo mejor durante la administración del neoyorkino y eso lo convierte en la mejor opción para el país. No importa lo cuestionable o políticamente incorrecto que pueda llegar a ser Donald Trump en sus intervenciones públicas, su narrativa le sigue siendo rentable.
Después del momentum que vivió la candidata demócrata -que sin duda le dio vida a una elección que a mediados de este año se percibía como definida- las cosas ya no pintan tan bien para Kamala Harris, y muchos en Estados Unidos están considerando seriamente una posible segunda administración del republicano. La economía y la inmigración, dos asuntos en los que, para ojos de muchos estadounidenses, la dupla Biden-Harris lo hizo fatal y el nerviosismo de cierta elite empresarial dueña de medios, como Jeff Bezos y la decisión del Washington Post de no apoyar abiertamente a ningún candidato, son síntoma de lo que se puede esperar la noche del 5 de noviembre.
Ahora bien, hay que decir que estamos hablando de especulaciones y estimaciones dado que se trata de una competencia muy cerrada, que no se veía desde hace más de 20 años, cuando George W. Bush y Al Gore compitieron por la Casa Blanca en el año 2000. Recordemos que el resultado de esa elección fue impugnado por el demócrata y fue la Suprema Corte, en una decisión histórica, quien finalmente le dio al triunfo a Bush. Lo que arrojan las encuestas al momento en que escribo estas líneas, y dudo mucho que cambien de aquí al 5 de noviembre, es prácticamente un empate técnico, así que la posibilidad de un escenario como el del 2000 es posible o que el triunfo de uno u otro candidato sea por un margen estrechísimo.
La democracia y sus instituciones en Occidente están en la cuerda floja. Y ese fenómeno se está esparciendo por todo el bloque occidental. Lo que suceda el próximo martes 5 de noviembre será un síntoma más del gran momento de ruptura por el que están atravesando las democracias liberales en el mundo, no solo en los Estados Unidos. A la par de lo que sucede en muchos países de Occidente, los votantes estadounidenses de los dos grandes partidos, en realidad los únicos con posibilidades reales de ganar elecciones, tienen claro que el sistema democrático, electoral, político y económico de su país requiere de cirugías mayores, la gran disyuntiva es que ambos bloques tienen anhelos de cambio muy distintos.
Esta tendencia va en aumento en países europeos y en Latinoamérica. Al desgaste del modelo político y económico que ha prevalecido desde la posguerra, a los fenómenos más recientes como las guerras culturales e identitarias, al auge de los neofascismos europeos, los discursos antinmigrante y xenófobos y a los atrincheramientos y tribus ideológicas se les suma el hartazgo, la indiferencia y el rechazo hacia la clase política y el establishment. Un terreno fértil para el posicionamiento de discursos extremistas y para la polarización política y social, principales inhibidores del diálogo, el reconocimiento del otro y el entendimiento.
Ese orden institucional que los propios estadounidenses defendían, y en el que creían, está hoy completamente desacreditado. El resultado de esta elección será crucial para el futuro de Occidente, para el rol del liderazgo y hegemonía, cada vez más endeble, de los Estados Unidos en el mundo, para el comercio internacional y para la definición de nuevas reglas globales para la toma de decisiones, toda vez que Rusia y China no están dispuestas a seguir el modelo occidental impuesto por EE. UU. Se trata pues, de una contienda definitoria, y que no terminará la noche del 5 de noviembre.