Los ridículos de los políticos

Ciudad de México /

Hans Magnus Enzenberger, en su ensayo ´Compasión por los Políticos´  (Diario El País el 30 /11/92) decía: “Quizá haya llegado ya la hora de decir definitivamente adiós a la costumbre de denostar a los políticos (…) Va siendo, por tanto, hora de hablar de la miseria de los políticos, en lugar de dedicarse a insultarlos”. Sostiene que “la entrada en la política supone el adiós a la vida, el beso de la muerte”. Menciono una de las cinco causas de sus aseveraciones: “Forma parte de las obligaciones de los políticos ponerse los gorros más ridículos; el acariciar niños y elefantes; (…) el participar en los carnavales más insípidos y en los talk-shows más odiosos”. 

Todos hemos sido testigos de cómo las ´corcholatas´  -del oficialismo y la oposición- cantan, bailan, cuentan chistes, gritan, lloran, se visten como indígenas; y, hasta la hacen de psicoanalistas (al diagnosticar ´perversidad psicológica´, en el Presidente). Enzensberger dice: “los síntomas más frecuentes son trastornos de pensamiento, lagrimeo (como el de Creel), intranquilidad y agresividad”, los que califica como un “cierto pathos”.

La Fundación Konrad Adenauer, al presentar su Índice del Desarrollo Democrático de América Latina 2011 (5 de Octubre de ese año), relacionó la dimensión ´Calidad Institucional y Eficiencia Política´, con “La enfermedad del poder”. Sostienen: “La escasa calidad institucional en América Latina parece directamente emparentada a lo que se conoce como síndrome de hybris (o hubris) —enfermedad de la arrogancia o borrachera del poder— (…) Los griegos fueron los primeros en utilizar la palabra “hybris” para definir al héroe que conquista la gloria y que, ebrio de poder y de éxito, comienza a comportarse como un Dios,  (…) se trata de una patología que afecta a determinados políticos, se inicia desde una megalomanía instaurada y termina en una paranoia acentuada”. Subrayan la necesidad de que “los partidos políticos que impulsan estos liderazgos pusieran énfasis en la detección temprana de algunos síntomas para aplicar correctivos”.

Ya Karl Loewenstein, en 1956 sostenía que, siendo el amor, la fe y el poder los  tres incentivos que dominan la vida del hombre, “la historia muestra cómo el amor y la fe han contribuido a la felicidad del hombre y el poder a su miseria”.

La mejor forma de prevenirlo y evitarlo es aplicar a candidatos a gobernantes un test de personalidady establecer mecanismos efectivos  para el control del poder. ¿Hasta cuándo?


  • Javier Hurtado
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