¿De qué manera debemos protestar las mujeres para erradicar la violencia de género? Me hago esta pregunta una semana antes de dos fechas importantes: el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, que en La Laguna se conmemorará con una marcha separatista de Lerdo a Torreón; y el 9 de marzo, día del paro nacional de mujeres convocado por el colectivo feminista de Veracruz Las brujas del mar, bajo la consigna “el nueve ninguna se mueve” y hashtags como #UnDíaSinNosotras.
La memoria reciente -mía, de muchas mujeres, de los mexicanos- sigue cubierta de diamantina rosa, tapizada de pintas que claman justicia y aún resuena fuerte el canto de miles de mujeres que en todo el país y en otras partes del mundo reprodujeron el performance “Un violador en tu camino”, creado por el colectivo chileno Lastesis; 2019 fue un año feminista.
En agosto y noviembre pasados, las mujeres, hartas de la violencia que a diario padecemos, nos unimos en la exigencia de una vida segura a través de manifestaciones que fueron calificadas como vandálicas, pero también mediante formas pacíficas, como la reproducción del himno feminista chileno y el activismo digital. ¿Qué obtuvimos? Burlas, criminalización, descrédito… de todo, excepto lo que pedimos.
Este año inició con dos atroces casos de feminicidio que conmocionaron a la ciudadanía: Ingrid y Fátima. En la mente de muchas personas estos nombres quedaron ligados a imágenes y confesiones perturbadoras que son sólo el ejemplo más drástico de la violencia estructural y sistemática hacia las mujeres, la cima en la escala de actitudes y comportamientos machistas tolerados a diario por una sociedad que ha sido incapaz de reconocer, y por lo tanto combatir, el odio hacia el género femenino que todo esto encierra.
Ambos crímenes, aunados a polémicas como la propuesta de la Fiscalía General de la República de eliminar la tipificación del delito de feminicidio y la actitud poco empática del presidente Andrés Manuel López Obrador para abordar la agenda feminista en sus conferencias matutinas avivaron la rabia, ahora ya no sólo de las mujeres, sino de la sociedad en general.
La oposición ve una oportunidad de golpeteo político contra la 4T y nos corresponde a nosotros repudiarla por ello y no permitir que pervierta la legitimidad del movimiento.
En este contexto surgió el llamado al paro nacional del 9 de marzo.
El respaldo que ha ganado la iniciativa tomó por sorpresa hasta al colectivo convocante y, dado el apoyo que han manifestado empresas, medios de comunicación y dependencias de gobierno -aunque una manifestación de este tipo no lo requiere-, se estima que al menos 36 millones de mujeres se hagan visibles mediante la ausencia.
Escribo estas líneas una semana antes de este acontecimiento para mí inédito y no me aventuro a predecir lo que va a suceder. En lo personal, el exhorto me metió en dilemas inesperados y todavía no decido si me uniré o no y en qué términos. La conveniencia de utilizar el silencio y la ausencia del espacio público -aspectos que históricamente han jugado en contra de la mujer- como herramienta política en estos tiempos es mi principal duda. ¿Será que podemos resignificarlos?
Por otra parte, me desagrada pensar que la adhesión al llamado obedezca a que se ciñe a las “formas” aceptadas de manifestación: pacíficas, sin intervenciones en el espacio público, monumentos, puertas y paredes. Esto me lleva de regreso a mi pregunta inicial: ¿De qué manera debemos protestar las mujeres para erradicar la violencia de género? Y la respuesta a la que llego es: de todas. Que no se nos agoten las formas antes de que logremos una vida digna, justa y segura.
Celebro la oportunidad que el 9M nos ha dado de repensarnos y reposicionarnos, de conversar de feminismo con personas que nunca antes habían estado interesadas en el tema y mucho menos en asumir una postura política. Por eso, independientemente de lo que pase o lo que obtengamos, para mí esta es ya una primavera feminista.