De viejos libreros a librerías de viejo

  • Desde la raíz
  • Jesús Guerrero Valdez

Tampico /

Un joven no mayor de 16 años pasa y repasa con la mirada el escaparate adornada de libros de una de tantas librerías -que con el tiempo han desaparecido de la ciudad- no es la primera vez que se planta frente a ellos y saca las monedas de su pantalón, para ver qué tanto se acerca al costo del volumen... es otoño del año 83.

Los precios de los libros en los escasos estantes de librerías de la ciudad están por los cielos -nunca me han parecido económicos- y la posibilidad de la lectura de volúmenes de prestigiadas editoriales, no son ni han sido una opción para muchachos de la clase baja, media baja o incluso media; si es que todavía existe alguna librería con títulos no tan comerciales.

La aparición del Internet y las redes sociales han terminado por mermar la elección de la lectura, tan necesaria para desarrollar el intelecto y abonar al buen criterio, en una sociedad golpeada por la ignorancia y su cultura de conocimiento instantáneo.

Cuando uno tiene 14 o 15 años, y ha crecido, no con hambre propiamente, pero con la falta de algunas monedas de más en el bolsillo para atender ciertas carencias, se debe ser muy cauto o recurrir a una biblioteca de libros de pastas añosas; y olvidarse de la novedades.

El Tampico de hace 35 años contaba con grandiosas librerías, la mayoría desaparecidas; recuerdo varias, pero citaré una: La Imperial. La atendía un personaje singular al que le tomé gran estima, el señor Einsenberg.

Era un hombre alto, de pelo castaño claro, de rostro severo, mas con un corazón blando para los párvulos enamorados de la lectura.

Siempre tuvo un volumen prestado en el bolsillo, con la consigna de si quería otro, devolver el anterior; el trato duró hasta que dejó este mundo y se cerró aquel “mal negocio”.

Por mi timidez, me arrepiento de no haber tenido el valor ni la oportunidad de haberlo tratado más, trabar amistad; chiquillo egoísta, lo que me importaba era obtener otra lectura y no más.

La librería se hallaba en la calle General César López de Lara, entre Salvador Díaz Mirón y Emilio Carranza.

Luego supe, no fui el único que recibió aquella bendición: Julián Hernández García, Fernando Zapata destacados periodistas y amigos también lo conocieron y tal vez hubo otros más, que leyeron la colección de Ciencia Ficción del librero Einsenberg; al que agradeceremos, estoy seguro, siempre.

En estos tiempos, donde hay pocas opciones y menos libreros como él, existen geniales reductos de libro viejo; puntos, como el de la calle Díaz Mirón casi frente a un conocido hotel; en calle Altamira, en un estanquillo de periódicos casi esquina con Colón o sobre el bulevar López Mateos, entre Esperanza y José de Escandón: literatura al alcance del bolsillo.

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