Sí es verdad que el crecimiento económico, el pensamiento y acción empresarial son importantes -en términos monetarios- para el crecimiento de un país; también es verdad que su irrupción desmedida puede dar al traste con el medio ambiente e incluso con un verdadero patrimonio como lo es el petrolero.
Se ha hablado mucho de esto e investigado por especialistas, y su repercusión dentro del inminente desarrollo de una cultura light, en algunas empresas conducen a prácticas y usanzas de consumo para “hacer la vida más fácil”; pero, en su mayoría, muchas de las veces se pasa por alto el daño ocasionado al medio ambiente, a la salud e incluso al valor histórico, entre otras cosas. Por citar tan solo un ejemplo, la comercialización de los famosos popotes: la lista es larga, que resulta hoy un problema grave de contaminación.
Recientemente se ha dado a conocer que el uso de pajillas daña gravemente a las especies marinas, contaminando los mares; tardan aproximadamente hasta 500 años en desintegrarse.
La pregunta es ¿en qué momento los grandes grupos protectores del medio ambiente, pudieron llegar a esta conclusión? Y ¿cómo se decidió ir con todo, hasta ahora, contra estas empresas? Cuando la lista de plásticos es larga, y dependiendo de su composición, toman de 10 y hasta 1 mil años en desaparecer de nuestro entorno. El poder económico, empresarios, leyes y gobiernos que se hacen de la vista gorda no tiene fin.
Paradójico resulta -sin duda alguna-, cuán ligeros fueron y siguen siendo los gobiernos al aprobar el uso “de productos”, tras ocasionar un daño casi o irreversible, y ya pasado un tiempo considerable (de enriquecimiento) se dé a conocer su perjuicio.
La irrupción de la cultura light desde los ochentas equivale a la inanidad que seguimos arrastrando hasta nuestros días; donde queda claro, el poder económico influye en esta y otras clase decisiones, donde solo sustituye una cosa por otra, con resultados peores.
Debemos tomar conciencia: el plástico sobre todo, es un material que no se degrada fácilmente; si pudiéramos investigar el daño que dejan muchos de los productos que a diario utilizamos, nos daríamos cuenta del tamaño de una corrupción y avaricia, en busca de generar ganancias, a costa de la destrucción de la riqueza real. Y todo por la frívola idea de una aparente comodidad, por la que vendemos con ello el alma al “diablo” mercantil, que nos tiene a un paso de la auto devastación, sin necesidad de una Tercera Guerra Mundial. La visión de una civilización ecológica debe estar más cercana en nuestras mentes, única herencia a nuestros hijos, no nos queda de otra.
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Jesús Guerrero Valdez
Tampico /
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