La pregunta misma puede ser bastante anacrónica. Lo admito. Me la hago ante la inmensa decadencia que vivimos de la política nacional e internacional.
Antiguos militantes, jóvenes rebeldes, millones de ciudadanos se colocan cada días más lejos de la política y de los políticos. Sobran las razones. El panorama es terrible.
Muertos en El Paso, Texas, por un fanático seguidor de las estupideces xenófobas de Donald Trump. Población civil víctima de bombardeos en Palestina y en Siria. Millones de migrantes huyendo de Venezuela, de los países del Triángulo de Centroamérica, otros miles de Cuba, de Medio Oriente, de África tanto en el norte como es el caso de Libia como más al sur de Costa de Marfil, Uganda, el Congo. Desigualdad creciente en todo el planeta.
Organizaciones criminales inmensamente poderosas en el tráfico de personas, la prostitución de todo tipo, la impresionante “economía política” del mundo del narcotráfico con sus arsenales creados desde Estados Unidos, donde se pueden surtir de todo tipo de armas, ante la pasividad y complicidad del Estado.
La amenaza cotidiana contra el planeta mismo por todo tipo de prácticas contra el medio ambiente.
El racismo, el nacionalismo fanático y la aparición de cruentas guerras religiosas.
Los feminicidios y toda clase de violencia contra las mujeres.
Los crímenes llamados de odio contra las distintas preferencias sexuales.
Todo lo anterior y mucho más ocurre en nuestros días, sin que se vislumbre una opción viable para cuando menos frenar esta decadencia salvaje.
El lema socialismo o barbarie cobraría una inmensa vigencia si no hubiera ocurrido el derrumbe del socialismo realmente existente hace 30 años y la catástrofe en el llamado “socialismo rosa” (no entiendo el término), en el sur de América en estos recientes 20 años.
Todos o casi todos estos fenómenos proceden de una élite política, económica, cultural, intelectual cada vez más voraz, violenta e inmensamente poderosa.
La política es un término envilecido por los políticos de todo tipo. Ello ha provocado, paradójicamente, el surgimiento de fenómenos como los de Trump, el brexit, los Le Penn en Francia, el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil y otros casos similares en el espectro asociado a la derecha. No sirve mucho ignorar que ese fenómeno también usa la máscara de las izquierdas.
El rechazo a la política de los políticos, muchas veces se convierte en apatía o en el mejor de los casos prácticas marginales. Las tentaciones nostálgicas no pueden dar respuesta a los fenómenos de este siglo XXI que ya recorrió la quinta parte.
En sentido contrario es un desafío apostar por una revisión implacable de las trayectorias del movimiento social que estuvo asociado al socialismo e incluso al comunismo original —no solo al autonombrado comunismo científico por Marx— para junto a los nuevos aportes del pensamiento empezar la búsqueda de otro camino. Sin evadir la definición ante una gestión gubernamental cada día determinada por un estilo sin estructura, una especie casi de molusco sin una vertebración conceptual, orgánica y programática que se reduce a proclamas caudillescas anacrónicas. Es hora de voltear la página y atreverse a hacer política.