Casi la mayoría del planeta está partida a la mitad: gobiernos derechistas que triunfan por márgenes mínimos y sus contrapartes, los partidos y gobernantes supuestamente de izquierda.
Algunos definen como “populismo” (de derecha o de izquierda) a los políticos que practican la demagogia y logran cautivar a millones y consiguen victorias electorales.
Es impresionante cómo en Francia los antiguos “cinturones rojos” de las grandes ciudades, como París, Lyon, Marsella y demás, sus electores mayoritariamente integrados por trabajadores, muchos de ellos obreros y otros tantos procedentes del norte de África, El Magreb, han virado hacia la derecha y hoy votan por Marine Le Penn.
El discurso nacionalista, xenófobo ha conseguido penetrar en la cabeza de millones de excluidos, convencidos de que su precariedad es resultado de los “invasores” que vienen de afuera y les arrebatan sus trabajos.
Esos han sido los “argumentos” que consiguieron ganar el referendo en Reino Unido para salir de la Unión Europea. Es el mismo discurso de Donald Trump.
En el extremo opuesto, los demagogos de “izquierda”, inicialmente lograron victorias electorales al prometer que sus gobiernos pondrían fin “al saqueo imperialista”, a los oligarcas (mafia del poder), a la corrupción y demás rasgos del neoliberalismo; finalmente, terminaron aplicando políticas de austeridad, “negociaron” con trasnacionales tipo Odebrecht y Monsanto, condujeron al desastre económico a sus países y establecieron regímenes dictatoriales que han producido hambruna, migración de millones, con cientos de presos y muertos por la represión.
En esa tesitura se encuentran regímenes tan aparentemente distantes como el que encabeza Jair Bolsonaro en Brasil y Nicolás Maduro en Venezuela, o a los partidarios del brexit en Reino Unido por ahora bajo el liderazgo de Boris Johnson y en nuestra región Donald Trump y su amigo Andrés Manuel López Obrador.
Es significativo que el canciller de Reino Unido dijera en el debate del Parlamento en torno al brexit: “damos la vuelta de página a la era de la austeridad”. Precisamente un político integrante de los gobiernos conservadores de los recientes nueve años y del que impulsó todas las políticas de austeridad el partido de Margaret Thatcher, inaugurando lo que después se bautizó como neoliberalismo.
Paradójicamente, en México el gobierno de “izquierda” aplica una rígida política de “austeridad republicana”, con casi cero inversión productiva, absoluto equilibrio financiero, ninguna reforma fiscal que grave a los capitales, pero un discurso cotidiano de condena al “neoliberalismo”.
Es muy interesante lo que nos dice Michiko Kakutani en su libro La muerte de la verdad: “Nacionalismo, tribalismo, deslocalización, miedo al cambio social y odio al que viene de fuera son factores que van en aumento a medida que la gente, atrincherada en sus silos y en sus burbujas filtradas, va perdiendo el sentido de la realidad compartida y la capacidad de comunicarse trascendiendo las líneas sociales y sectarias”.
Como los merolicos de la calle, consiguen engatusar a sus escuchas de tener el producto milagroso para resolver sus males de calvicie o de cualquier tipo, con el ungüento que venden. La demagogia es una enfermedad incurable.
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