Abandonamos, de un día para otro, el eufónico nombre DF, ese recio binomio que nos vio crecer, a muchas generaciones de chilangos, desde 1824.
En el año 2016 el DF pasó a llamarse, como quien no quiere la cosa, CdMx.
El ex alcalde Mancera, autor del gracejo, argumenta que la ciudad necesitaba una marca y CdMx se supone que lo es. Es una marca aunque parece un cacahuate garapiñado.
Se entiende que la ciudad, al pasar de Distrito Federal a entidad federativa, no podía seguir llamándose DF, aunque lo de CdMx ya fue pura ocurrencia.
En cuanto nos hicieron abandonar el sonoro nombre de DF, la ciudad de Madrid, donde hay gente con mucho oído y gran sentido estético, comenzó a coquetear con la idea de ponerse Madrid DF. No es cuento, busquen en Google “Madrid DF Enric Juliana”.
Si al final se lo ponen vamos a lamentar la pérdida de esas dos letras rotundas que nos vieron crecer. Y no podremos vociferar contra el expolio español porque nosotros dejamos esas letras al garete.
Por si esto fuera poco, la marca garapiñada y el posible robo, también el otro nombre ha sufrido una mutilación: la Ciudad de México se llama ahora, solamente, Ciudad de México, sin el artículo que la hacía tan señorial. Hoy es normal decir, como si de verdad lo fuera: voy a Ciudad de México, vivo en Ciudad de México, nací en Ciudad de México. ¿Por qué se suprime el artículo?, ¿para que el nombre concuerde con la marca, o el muégano, CdMx?
Vivo en Ciudad de México es una sentencia coja, una frase chimuela; una tolvanera se cuela por el hueco que deja el grácil artículo la. La Ciudad, sin su la, pierde su forma aerodinámica. Sin el la dejamos a la palabra Ciudad sin vestíbulo, la abocamos a una ingrata, y gratuita, desnudez.
Además, llamar a nuestra ciudad Ciudad de México sin su artículo es una descortesía para el resto de las ciudades mexicanas, porque Monterrey también es, rigurosamente, ciudad de México, como lo son Puebla, Guadalajara y Veracruz, por poner unos cuantos ejemplos. En cambio al decir su nombre completo, La Ciudad de México, apelamos a su singularidad, a su categoría de capital del país.