En la época de Victoriano Huerta, “general, católico, apostólico y mariguano”, diría Renato Leduc, una oscura bandada de poetas malditos, encabezada, y atormentada, por el vate jaliciense Miguel Othón Robledo (nada que ver con el poeta Manuel José Othón), sesionaba, por decirlo así, en las cantinas populares de Ciudad de México.
Othón Robledo pertenecía a “la desprestigiada bohemia literaria a base de corbatón, tequila y negro en las uñas”, escribió el mismo Leduc que participaba en las francachelas del vate, con esos camaradas que “no por ser poetas habían escrito ningún poema ni por ser malditos asustaban a nadie”.
Las borracheras de Othón Robledo, que eran más famosas que sus poemas, tenían su origen en una añeja pena de amor y lo llevaban, por ejemplo, como pasó puntualmente una noche, a subirse a un árbol a gritar como macaco, hasta que un policía le ordenó que se bajara, a lo que el vate respondió con dos versitos, no muy inspirados: “yo soy un enorme pájaro que vela cabizbajo/si quiere volaré a otro árbol pero no me bajo”.
El poeta maldito no era guapo y tenía una horripilante, e histérica, carcajada de niño; además gastaba una inefable melena “luenga, lacia y muerta que, juntamente con sus sarcasmos, tremolaba orgullosamente por las cantinuchas de la Mariscala, Medinas y Santa María la Redonda”, nos cuenta Leduc.
Después de unos cuantos tequilas el poeta maldito se ponía estupendo, decía que su libro, que nunca escribió, o sí pero perdió las cuartillas en una borrachera, sería “el mejor de los publicados en este Continente”. Luego seguía bebiendo hasta que la cosa se ponía muy fea y los camaradas huían y lo dejaban pontificándole al vaso, a la servilleta o a sus propias manos.
Un día le dio por abrazar una estricta dieta de dos únicos elementos: pepinos y tequila. Vivía solo en un ruinoso departamento y ahí se fue consumiendo, perdió todos los dientes, el mentón se le volvió “una llaga purulenta” y, más maldito que poeta, murió a los veintisiete años, a la misma edad que, tiempo después, lo harían Hendrix y Kurt Cobain.
Jordi Soler