La Casa Azul

Ciudad de México /
La cama de Frida era ideal para dormir la siesta. ARIANA PÉREZ

En 1978 la casa de Frida Kahlo era de un azul deslavazado. No la habían pintado todavía de ese azul artificioso que han impuesto las imágenes de las películas y que exige la estridente imaginería de los miles de turistas que la visitarían años después. 

En 1978 nadie visitaba la Casa Azul; la cantante Madonna todavía no se interesaba en la pintora, ni Ofelia Medina la había encarnado en la película de Paul Leduc (1983), ni Salma Hayek en la de Julie Taymor (2002). 

La casa azul deslavazada era una casa más en la colonia Del Carmen Coyoacán, que estaba a dos manzanas de la casa de mis padres, donde entonces vivía yo. Para esa casa que nadie visitaba bastaba con la vigilancia de un guardia viejo que dormitaba en una silla junto al portón. 

Mi hermano y yo íbamos con frecuencia a la Casa Azul, deambulábamos por el patio y por las diversas habitaciones; nos gustaba sentarnos en la cocina, en el mosaico fresco de los fogones, entre las ollas de mole y de frijoles, a bebernos una cerveza que comprábamos en el changarro de la esquina, y a comer Sabritones o cacahuates japoneses. A veces nos poníamos a dibujar unos monigotes, en un pliego de papel, con los pinceles y los tubos de pintura que usaba, en su tiempo, Diego Rivera. Pero lo que más nos atraía era un cuadro de Marcel Duchamp (Nu descendant un escalier), que estaba colgado en una pared, sin ninguna protección, como si no fuera la obra de uno de los artistas más relevantes del siglo XX. Durante meses, quizá años, fantaseamos mi hermano y yo con el proyecto de robarnos el Duchamp, sólo teníamos que descolgarlo y salir caminando tranquilamente frente al guardia dormido. Pero nunca nos atrevimos, se nos iba el tiempo pintando con los pinceles de Diego y bebiendo cerveza en la cocina que, en los días calurosos de Coyoacán, era muy fresca. En esos días calurosos a veces nos echábamos a dormir la siesta, cada quien elegía una cama; había una muy amplia en una de las habitaciones de abajo pero a mí me gustaba acostarme en la de Frida Kahlo, que tenía un techo y un espejo en el que me contemplaba largamente hasta que me quedaba dormido.


  • Jordi Soler
  • Es escritor y poeta mexicano (16 de diciembre de 1963), fue productor y locutor de radio a finales del siglo XX; Vive en la ciudad de Barcelona desde 2003. Es autor de libros como Los rojos de ultramar, Usos rudimentarios de la selva y Los hijos del volcán. Publica los lunes su columna Melancolía de la Resistencia.
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