En el siglo XXI se puede hacer mucho mal, mucho daño, de manera muy barata. Defenderse es más costoso que atacar. Por ejemplo, el daño que hacen las fake news. Crear una noticia falsa y difundirla masivamente no cuesta casi nada, ni en dinero ni en esfuerzo; en cambio defenderse de esa noticia exige un equipo de personas, que cuesta dinero y mucho más tiempo del que se invirtió en la noticia falsa, concentradas en verificar las fuentes de la información y buscar evidencias históricas, científicas, políticas para combatir la falsedad.
Lo mismo pasa en un ciberataque, cuyo costo es casi cero y el daño que puede producir es poliédrico y muy caro; ¿cuánto cuesta el apagón que deja a una metrópoli sin luz y sin red?
Esta asimetría entre el que ataca y el que se defiende opera de la misma forma en el plano tridimensional. Es verdad que para matar a una persona no hace falta más que un palo o una piedra, y que hubo más de un rey asesinado con una económica gota de veneno; la baratura del daño ha existido siempre, pero a escala, digamos, humana.
El evento inaugural de nuestro milenio nació del agigantamiento de esta asimetría. Al Qaeda reventó las torres gemelas con un operativo que no costó ni un millón de dólares y produjo un daño, según la Reserva federal del Banco de Nueva York, de entre 33 mil y 36 mil millones de dólares, sin contar los gastos que produjo la larga represalia militar: la defensa infinitamente más costosa que el ataque.
Un ataque con dron lanzado sobre territorio israelí, desde el sur de Líbano, tiene que ser repelido con un misil Patriot. El dron cuesta doscientos dólares y el misil tres millones.
La economía de fuerzas de Clausewitz (De la guerra, 1832) se ha invertido: “El defensor puede resistir con menos recursos de los que el atacante necesita para romper su línea”, escribió el militar prusiano.
Antiguamente para ganar una guerra hacía falta un ejército y toneladas de instrumental bélico; con la democratización del mal que florece en nuestro tiempo, muy pronto un adolescente con su computadora podrá derrotar un imperio, sin salir de su habitación.