Las máquinas del diablo

Ciudad de México /

Para quien viaja en tren “todo está cerca, todo es inmediato: el tiempo, la distancia y la demora quedan abolidos”. Esta sentencia (Sidney Smith, 1842) pertenece a una época en la que el tren era una máquina diabólica, afeaba el campo, echaba humo y corría, sin cansarse, más rápido que un caballo. 

Desde entonces la tecnología no ha parado de abolir el tiempo y la distancia; lo inmediato es hoy parte de la cotidianidad y, en más de un sentido, el teléfono móvil cancela la distancia: en la pantalla que llevamos en el bolsillo confluye el planeta entero.  

En esa época los obreros eran “meros apéndices de la máquina”, su trabajo había perdido “todo carácter individual y, por consiguiente, todo encanto”. Estas sentencias, que aparecen en el Manifiesto Comunista (Marx y Engels, 1848), nos invitan a pensar en la relación que tiene, en el siglo XXI, no ya el obrero sino cualquier persona con las máquinas, esos “monstruos mecánicos” de “fuerza demoniaca”, de los que habla el mismo Marx en El capital (1867). 

Las máquinas industriales siguen, desde entonces, en las fábricas, facilitando el trabajo de sus apéndices, al mismo tiempo que los  esclavizan y les roban la individualidad. 

Pero hay otras máquinas, que ya no son ni monstruosas ni luciferinas, de las que hoy somos meros apéndices. En el último siglo y medio la población de máquinas ha crecido desmesuradamente, se han instalado en nuestras casas, más que ayudarnos en nuestro quehacer son nuestras prótesis, dependemos de ellas para sobrellevar el día a día, como sabe cualquiera que haya perdido su teléfono móvil, con su historia personal y sus claves y sus instrumentos de crédito dentro. 

La sumisión del obrero ante la máquina que denunciaban Marx y Engels ha cambiado de signo, el obrero abandonaba esa tiranía en cuanto la desenchufaba mientras que nuestras máquinas, nuestras tiranas íntimas, viven con nosotros las veinticuatro horas del día y el problema es que son amables, armónicas, estéticamente irreprochables; si fueran monstruosas y luciferinas como las de Marx, no nos engatusarían tan fácilmente.


  • Jordi Soler
  • Es escritor y poeta mexicano (16 de diciembre de 1963), fue productor y locutor de radio a finales del siglo XX; Vive en la ciudad de Barcelona desde 2003. Es autor de libros como Los rojos de ultramar, Usos rudimentarios de la selva y Los hijos del volcán. Publica los lunes su columna Melancolía de la Resistencia.
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