El Presidente es un actor político eficaz y disciplinado.
Todos los días, desde temprana hora, aborda problemas que afectan a las personas: altos precios en productos, impunidad, corrupción, acceso a la salud.
Luego plantea, junto a su equipo, lo que desde su punto de vista es la solución a esos problemas: megaproyectos, consultas, recortes, reformas legales, nombramientos. También plantea, a manera de soluciones, ocurrencias que su equipo padece en las horas y los días siguientes para atender y darles forma, pues entienden que el costo de contradecirlo es la exclusión.
La oposición, que el Presidente logró convocar de manera cada vez más uniforme a lo largo de su sexenio, suele responder todas las mañanas y a lo largo del día a esos planteamientos.
Por lo regular la respuesta viene en forma de adjetivos: “autoritario”, “mentiroso”, “destructor”, “irresponsable” y un sector utiliza algunos otros, que el propio régimen amplifica porque suelen contener una fuerte carga de clasismo. A este sector pertenecen, de forma destacada, legisladores estridentes de oposición y ex funcionarios de los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
Incluso entre quienes aparecen en programas, diarios y noticieros como especialistas, cada vez se recurre más a una permanente caracterización del régimen y sus peligros, que a una explicación sobre los problemas en cuestión y sus posibles soluciones.
Es ese fenómeno, el de la auto-infligida precarización de argumentos, uno de los elementos centrales sobre los cuales el régimen basa su popularidad y legitimidad. Y es que, a los ojos de una importante mayoría de ciudadanos, esta dinámica evidencia una realidad política en la que el Presidente intenta cambiar al país para dar respuesta a los problemas de la gente y la oposición (incluida la comentocracia) se lo impide.
Por supuesto que si atendemos los recursos disponibles que tiene el gobierno y las amplias mayorías legislativas con las que ha gobernado, esa lectura dista mucho de lo real. Pero precisamente ahí radica la eficacia de la comunicación política del gobierno: victimizarse desde una posición de poder y endosarle a sus opositores la responsabilidad de sus fracasos.
¿Cuál es la alternativa? Desde Movimiento Ciudadano creemos que debemos trascender esta dinámica, no solamente porque es más rentable política y electoralmente, sino también es un acto de lealtad democrática y compromiso cívico.
Sostenemos que nuestra labor debe ser de pedagogía política: identificando los problemas de las personas comunes y exponiendo soluciones y alternativas concretas, plausibles y que sean congruentes con nuestra agenda: apegadas a derechos humanos.
Es esa, la construcción de respuestas a la desigualdad, a la impunidad y a la violencia, la tarea principal de nuestro movimiento como partido, pero también como gobierno ahí en donde los ciudadanos depositaron su confianza en nosotros y desde los espacios parlamentarios que ocupamos a nivel local y federal.
Y esa tarea no se agota en los espacios políticos formales e institucionales. Debemos llevarla a las universidades, a las redes sociales, a los medios de comunicación e incluso con públicos que la política tradicional ha invisibilizado.
El 16 de julio compartí aquí una alternativa de reforma de justicia (Una alternativa seria: https://www.milenio.com/opinion/jorge-alvarez-maynez/columna-jorge-alvarez-maynez/reforma-de-justicia-una-alternativa-seria) que puede orientar la discusión en una dirección distinta: hacer accesible la justicia para las personas y garantizar mecanismos para mejorar su impartición. Seguiré insistiendo, también, en la necesidad de discutir una reforma fiscal que permita financiar las respuestas del Estado al grave déficit que tenemos en materia de educación, salud, infraestructura y seguridad.
Hablaré de los problemas de las personas y plantearé alternativas de solución que atiendan, transversalmente, los principios de justicia intergeneracional (no seguir hipotecando el futuro de nuestros hijos) y justicia climática.
México enfrentará años complicados y no veo cómo la polarización pueda resolver los retos que tenemos para construir paz, prosperidad e igualdad de oportunidades. Por eso apostaré por una forma distinta de hacer política: la política de las razones.