Fausto y el pacto con la inteligencia artificial

Ciudad de México /
ALFREDO SAN JUAN

En la obra literaria de Johann Wolfgang von Goethe, Fausto, un sabio anciano hace un pacto con Mefistófeles, a quien le entrega su alma a cambio de obtener juventud.  En sus últimos años, Fausto está insatisfecho con su vida a pesar del gran éxito que tiene y su inteligencia; siempre pensando que debe y puede aspirar a algo mejor.  De esta obra sale la frase “venderle tu alma al diablo” que tan común se ha vuelto.

Cuanta similitud con los seres humanos, que nos encontramos en una carrera sin sentido para programar a las computadoras y que sean más inteligentes que nosotros y a que intenten pensar o hacer todo lo que nosotros no queremos.  Siempre anticipando que el futuro será mejor cuando nos liberemos de estas “cargas” sin darnos cuenta de que lo que consideramos carga el día de hoy puede ser la definición de lo que se considera vivir.

¿A qué nos dedicaríamos los seres humanos si la inteligencia artificial (IA) nos resuelve todo volviéndonos redundantes y hasta un estorbo para la generación de productos o alimentos? ¿Es la finalidad de una vida dedicarla en su totalidad al placer y a ser servido por seres a los cuales programamos?

Desde su creación, Fausto ha sido un estandarte de la reflexión profunda sobre los límites éticos y morales de las ambiciones humanas. A lo largo de la historia, Fausto se ha convertido en un espejo que refleja los deseos insaciables de la humanidad y las consecuencias de intentar obtener la totalidad del conocimiento y poder a cualquier costo. En la era contemporánea, donde la tecnología y, en particular, la IA ocupan un lugar central en nuestra vida diaria, la historia de Fausto encuentra un nuevo escenario, donde nosotros, los seres humanos, jugamos el papel principal.

Hoy en día, en un mundo inmerso en la revolución digital, vemos cómo la IA promete optimizar todos nuestros procesos, mejorar la calidad de vida, brindar soluciones a problemas insalvables y ofrecernos una versión mejorada de la realidad. Pero, ¿a qué costo? ¿Estamos dispuestos, como Fausto, a vender nuestra alma por la promesa de felicidad o plenitud?

La comparación no es descabellada. Cuando Fausto sella su pacto con Mefistófeles, lo hace con la esperanza de encontrar un momento tan pleno y satisfactorio que desee que dure para siempre. De manera similar, nosotros entregamos de manera voluntaria y a veces ingenua, fragmentos de nuestra privacidad, tiempo y autonomía a algoritmos y sistemas, esperando que estos nos proporcionen momentos de alegría, comodidad o simple entretenimiento. No es un pacto escrito con tinta en un pergamino, pero sí es un contrato tácito cuando permitimos que algún algoritmo tome decisiones por nosotros, decida que noticias son las que debemos leer o delegamos la decisión de qué debemos comprar y hasta de qué es lo que nos gusta.

La cuestión radica en si esta transacción nos acerca verdaderamente a una felicidad genuina o si, por el contrario, nos condena a una existencia superficial y alienada. Si bien la IA ha traído beneficios tangibles en campos como la medicina, la educación y la ciencia, también ha abierto la puerta a la erosión de nuestras libertades individuales y la degradación de nuestra capacidad para pensar críticamente.

No obstante, sería un error culpar a la inteligencia artificial en sí misma. Como la herramienta que es, la IA simplemente amplifica y refleja las intenciones de quienes la crean y utilizan. Así como Mefistófeles en “Fausto”, la IA no es inherentemente mala ni buena; es la naturaleza humana y nuestras decisiones las que determinan el curso de la narrativa.

No es rechazar la tecnología, sino reflexionar sobre cómo interactuamos con ella. Debemos ser conscientes de que cada vez que buscamos en la IA una solución mágica a nuestros problemas o un atajo hacia la felicidad, estamos, en cierta medida, siguiendo los pasos de Fausto. La tecnología y en específico IA nos puede servir para aumentar nuestras capacidades y volvernos más productivos; o podríamos tomar el camino de pensar en IA como la panacea y en un futuro no tendremos que trabajar, preocuparnos, ni estudiar pues todo estará hecho para nosotros. En esta elección radica el peligro. Tomemos la acción positiva y veamos a la IA como un maestro y una puerta que se nos abre con la posibilidad de vivir varias vidas con capacidad de reinventarnos.

Al enfrentarnos a la inmensidad de lo que la inteligencia artificial puede ofrecer, debemos recordar las palabras pronunciadas por Fausto: “En su deseo está su límite”. En nuestra ambición ciega por alcanzar un futuro brillante, corremos el riesgo de perder nuestra esencia, nuestra humanidad. Goethe nos advirtió sobre los peligros de buscar la plenitud a cualquier precio. En nuestra búsqueda desenfrenada de la felicidad y un mayor tiempo libre, podríamos estar sacrificando lo más precioso que poseemos: nuestra capacidad de crear, superarnos, aprender y recorrer un camino que nos mejore día a día.


  • Jorge Combe
  • Cofundador de DD3
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