El mayor reto comercial de México no viene de la posible elección de Donald Trump, sino de las importaciones de China y la amenaza que éstas representan para la industria y los trabajadores mexicanos. Se trata de un riesgo inminente y que llega con poco aviso. No es exageración decir que la supervivencia misma de las principales empresas del país depende de qué tan preparados estén sus directivos para enfrentar este reto.
¿Cómo llegamos a este momento tan crítico? Durante los últimos 30 años, China creció a base de urbanizar a su población e invertir en infraestructura. Como parte de este desarrollo acelerado, anualmente se urbanizaban unos 20 millones de chinos, con la construcción de vivienda, carreteras, hospitales, aeropuertos y demás servicios necesarios para la creciente población urbana. Es decir, China construía el equivalente de una Ciudad de México dentro de su territorio, año tras año. Se detonó así el crecimiento económico sin precedente que posicionó a China como la segunda economía del mundo. Sin embargo, actualmente la población china se está contrayendo. Se están desplomando los niveles de urbanización, y pronto estarán en cero. China ha perdido el motor clave de su crecimiento.
A falta de inversión en infraestructura, en los últimos dos años el gobierno chino ha apostado por crecer a base de invertir en su industria. Lo cual no sería problema si China contara con el mercado para absorber esta nueva producción industrial. (Atención, spoiler: no cuentan con él). Ahora pretenden exportar esta sobrecapacidad al resto del mundo, lo cual representa un riesgo enorme para prácticamente cualquier industria.
Atrás han quedado los días en los que México negociaba acuerdos comerciales con otros países y se sometía a las reglas de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Por desgracia, los procesos de la OMC ya no son suficientes frente al osado modelo de China de exportar su sobrecapacidad. Es imprescindible moverse rápido para defender industrias específicas, independientemente de las reglas comerciales. Si nos atenemos a que la OMC desahogue negociaciones y aplique sanciones, le estamos dejando terreno a un competidor que no se rige por las mismas reglas del juego.
¿Cuál es la solución? Estados Unidos ha desarrollado un arsenal de medidas para contener el tsunami de importaciones chinas, aplicando regulaciones y aranceles adecuados para cada sector y adaptándolos sobre la marcha. Lo mismo debe suceder en México, y se requiere un cambio de paradigma. Como primera línea de defensa, es necesario que toda empresa importante cuente con un Chief Industry Officer, cuya función principal sea contrarrestar la amenaza de la sobrecapacidad china y capitalizar las oportunidades creadas por el reordenamiento comercial. Es esencial empezar a pensar de manera creativa, sin ideologías, sacudiendo el instinto de revertir al dogma del libre comercio y tomando en cuenta la realidad política en los países adonde exportamos.
De aquí en adelante, las empresas que mejor resistan la amenaza de importaciones chinas serán aquellas que logren cabildear protección a sus industrias. Lo tendrán que hacer de manera individual: las cámaras sectoriales han dejado de ser representativas al incluir diferentes sectores que enfrentan retos distintos (no se diga que muchas ya cuentan con fabricantes chinos entre sus agremiados). Sobrevivirán las empresas que logren formar coaliciones con contrapartes en Estados Unidos y Canadá para proteger sus intereses y aprovechar los incentivos económicos que EU está ofreciendo para promover a ciertos sectores. Los que no entiendan este nuevo reto, no están solos, pero si no lo atienden de inmediato se quedarán solos, cuando se den cuenta demasiado tarde de que es imposible competir con China.