Adiós Paco Barreda

  • La Feria
  • Jorge Souza Jauffred

Ciudad de México /

Para Maru, Úrsula y Sara

El último recuerdo que tengo de Paco Barreda es gozoso. Reunidos en su casa, él, Guillermo Ávalos y yo, platicamos largas horas; luego recorrimos esa especie de inagotable galería de objetos de arte creados por su mano y colocados en la sala, el comedor, la cochera, el baño. Eran, tal vez, más de cien artilugios sorprendentes, ingeniosos algunos, exquisitos otros, todos elaborados con maestría. Muchos de ellos —animados por impulsos eléctricos— encendían luces, activaban ruedas, descubrían mecanismos o balanceaban algún móvil.

La creatividad de Paco era cercana a la pericia de los relojeros. Daba forma inusitada a piezas en desuso, reconstruía aparatos para convertirlos cámaras de posibilidades infinitas, y generaba espacios donde habitaban seres increíbles. Cada obra era un ventana a otro universo donde se abrían nuevos caminos, atmósferas modificadas, trazos inquietantes.

Pero Paco Barreda fue mucho más que eso. Activó la vida cultural de Guadalajara durante más de cuarenta años. Sus galerías y exposiciones fueron lugares y actos referenciales para los creadores de los años ochenta, noventa y el nuevo siglo.

Recuerdo una exposición de Omar Nava en su pequeña galería Matiz, en la calle Justo Sierra, con los asistentes desbordados hasta la acera de enfrente y con la ebullición del gusto por la plática y la cultura.

Años después, cuando Dante Medina era el brazo cultural del entonces rector, Raúl Padilla, Paco, desde su cargo de director de Artes Plásticas, fue clave para la creación de la estupenda colección de pintura de la Universidad de Guadalajara; una serie de alta calidad, muy disfrutable. Fungió más tarde, y por poco más de un decenio, como director de Artes Plásticas de la Secretaria de Cultura de Jalisco, donde se convirtió en referente obligado de la promoción de las artes.

Las exposiciones que organizó durante ese largo periodo en las galerías del Ex convento del Carmen, la Casa de la Cultura y otros espacios, eran estupendas y convocaban, en ocasiones, a cientos de espectadores. A veces las personas no cabían en la extensa terraza de la azotea del Ex convento y la algarabía se desbordaba hasta el patio inferior y hasta la calle.

Paco Barreda fue un convencido de sus ideas y un bastión contra el arte de mala calidad. Defendía sus puntos de vista con rigor y no permitía que la mano política impusiera criterios en el ámbito del arte.

Lo recuerdo radical y generoso, con su sombrero “Panamá”, seguro de sí y amigo sincero. Excursionista incurable, le gustaba ver el lago de Chapala desde un cerro lejano y llegar a su oficina en bicicleta. Vegetariano de siempre, encontraba en las reuniones el platillo adecuado, sin carne de animal, para su apetito. Su recuerdo quedará en la memoria de las artes tapatías, enriqueciéndola. Descansa en paz, querido amigo. Hasta siempre, Paco Barreda.

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