Aire libre, arte local con invitados foráneo, calles resignificadas, imaginación y cierta dosis de tecnología utilizada con propiedad son algunos de los elementos que convirtieron esta edición del Festival Cultural de Mayo en una de las más interesantes de una historia de 23 años.
Era necesario vencer una pandemia que restringe el acceso a los recintos cerrados y una drástica reducción presupuestal; por eso fue una buena idea convertir algunas avenidas tapatías en corredores de arte y generar espacios de encuentro entre la creación artística y el ciudadano común.
Quizá lo más significativo para los tapatíos y para la historia de la ciudad sea la exposición “Instantáneas de una época”, en el ex convento del Carmen, con la que se rescata la memoria de Paco Barreda, uno de los animadores más importantes de las artes plásticas regionales de los últimos años. No sólo se muestran piezas de arte objeto realizadas por Paco, sino también obras de 24 de sus amigos y un documental muy bien hecho, dirigido por Verónica López, que da cuenta de su personalidad y de la trascendencia de su trabajo.
Y qué decir de las dos esculturas monumentales de Jorge de la Peña. De alrededor de siete metros de largo y cuatro de largo, las obras “Marea” y Selva”, colocadas en paseo Alcalde, muestran figuras femeninas en movimiento, enmarcadas en la estética característica del prestigioso autor de “La estampida”. Monumentos que dialogan con el espectador y que lo impactan.
El paisaje urbano, ante el poder del arte, se transforma y abre nuevas posibilidades; lo cotidiano cede ante la fuerza de la expresión artística y limpia la mirada del transeúnte para que se reconozca y retome su ciudad, más allá de etiquetas e imposiciones.
Algo similar ocurre en la explanada del templo Expiatorio, donde veinticinco perros blancos distribuidos en el área (esculturas estupendas de Sofía Crimen) sorprenden a los viandantes y le otorgan una nueva dimensión al espacio, reconfigurándolo.
Destacan, entre las actividades particulares, la escultura “Las sillas” de Abel Galván, frente al teatro Degollado, y una pantalla de doce metros de ancho, colocada frente a la plaza de Armas, donde se proyectan, de once de la mañana a nueve de la noche, obras plásticas de una centena de destacados artistas, así como, oh sorpresa, poemas de quince autores de Jalisco, lo que abre una nueva ventana a la literatura local.
Pero el Festival Cultural de Mayo es mucho más que eso; bajo la batuta de Sergio Alejandro Matos es también una muestra de que, cuando hay conocimiento del medio, imaginación, y un uso adecuado de los recursos, es posible encontrar nuevas fórmulas para construir la cultura, incluso como alivio a los males de la pandemia, y como elemento fundamental en la transformación de la existencia humana.
Jorge Souza Jauffred