De virus y pinoles

  • La Feria
  • Jorge Souza Jauffred

Ciudad de México /

Son las 8:30 de la noche, hay cierta claridad y un par de pájaros clarín canta aún entre los árboles frente a mi casa. Ellos no saben del coronavirus ni de la cuarentena; sus voces, casi líquidas, destacan entre los sonidos del atardecer tardío, mientras un viento inusual, fresco y húmedo, desparrama en la calle las flores amarillas de una primavera. 

Sin embargo —lo ignoran las aves— el futuro es incierto. Las certezas de ayer se deshacen como azúcar en agua. Ahora, con la muerte rondando, comenzamos a ver con otros ojos la existencia; y quizá valoramos, así sea por un momento, los placeres gratuitos: caminar por la calle, respirar aire fresco, mirar los árboles, sentir el sol iluminando, abrazar a un amigo, besar a la persona amada.

El sistema que nos rige con estrechez desde hace siglos muestra ahora el aspecto de un edificio viejo que se sostiene sobre estructuras corroídas y amenaza con caer. El antiguo orden está en cuestión: dañó la ecología, creó la leyes del mercado para justificar el egoísmo, uso la publicidad para dictar la forma de los sueños, convirtió la emoción y el dinero en finalidades, disculpó la inequidad, la miseria y el hambre, y sus gobiernos y corporaciones saquearon países y recursos.

En el sistema no hay piedad para el pobre, para el migrante, para el desahuciado. La educación es un barco que se hunde. La alimentación es venenosa y el sistema de salud muy débil, No cuida a los cientos de miles de despedidos, a las personas que viven al día ni a las pequeñas empresas familiares. “El que tenga más saliva que trague mas pinole” ha sido su lema.

Y así, como entre sueños, nosotros anduvimos. Recorrimos caminos trazados por las voces que emergen del poder. Apenas tuvimos tiempo para un alto. Para detenernos. Para reflexionar. Buscamos, casi ciegos, la felicidad en cantinas y antros, en emociones fuertes y en sabores profundos. Olvidamos mirar hacia lo interno. Olvidamos armonizarnos con la vida.

Pero el virus, coronado por la propia naturaleza, vino a cambiar el juego. A recordarnos que la muerte está ahí, asechando, atrás de alguna esquina, en un saludo de mano, en el pasamanos de una casa cualquiera. Vino a sembrar otros ojos bajo nuestros párpados; a trastornar el orden; a confirmar que lo que vale en realidad es estar vivo.

El virus está imponiendo una nueva verdad: nadie puede protegerte ni salvarte, sino tu sistema inmunitario. Será necesario cambiar hábitos con la esperanza de sobrevivir: comida sana, poca azúcar, ejercicio, meditación, relaciones armoniosas y confianza en vencerlo por nuestros propios medios. Pero todo eso no lo saben los pájaros clarín. La Tierra gira, cada día más limpia, sin nosotros, mientras que estas aves lanzan hacia el fondo del cielo su canto cristalino, celebrando el milagro cotidiano de la pura existencia.

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