El coronavirus, como en el cuento de El traje nuevo del emperador, vino a desnudar nuestra realidad.
Mostró que nuestra alimentación, basada en cocacolas, chetos y gansitos, ha convertido a México en un país de obesos y, en consecuencia, de diabéticos e hipertensos: los blancos preferidos del virus. No es sorpresa que la tasa de letalidad del Covid sea la más alta de América Latina: fallecen casi once enfermos por cada cien casos confirmados.
México ostenta, además, otros títulos lamentables. Tiene el mayor número de personas hipertensas en el mundo; es el segundo en obesidad, después de Estados Unidos; y el séptimo en diabetes, con casi diez millones de enfermos. Todos ellos, susceptibles al coronavirus y víctimas de un sistema económico que ignora el bienestar de los seres humanos.
Estas tres afecciones, asegura un estudio, son consecuencia del “enorme crecimiento del mercado y consumo de productos llamados ultra procesados que paulatinamente van sustituyendo los alimentos naturales… ”. En México, desde hace decenios, los gobiernos han permitido que los productores de “alimentos” envenenen lentamente a sus clientes.
Una alimentación a base de cocacolas y gansitos, de alimentos enlatados, azúcares, harinas refinadas y leche de animal constituye la fórmula perfecta para desarrollar obesidad, hipertensión y diabetes… y para mantener al cerebro semidrogado.
El virus desnudó también a la actual medicina, basada en los intereses de la billonaria industria farmacéutica. Mostró que vender remedios para aliviar a los enfermos no es el enfoque adecuado; lo importante es prevenir la enfermedad, evitarla, fortalecer el sistema inmunitario para evitar pandemias.
Pero ¿qué podemos esperar de un sistema económico que busca la ganancia a cualquier costo y que tiene en el hambre a dos mil millones de personas en el mundo: de un sistema que ha normalizado la enfermedad, la miseria y el egoísmo? Ciertamente, no esperamos que se preocupe por el migrante, el débil, el desposeído o el medio ambiente.
Ahora que el coronavirus nos sitúa de frente ante la muerte, ha llegado el momento de cuestionarnos y volver los ojos hacia otras formas de alimentación, de curación, de relaciones y de vida. No hacerlo equivale a repetir errores y a caminar hacia una nueva tragedia.
Ante la derrota de la ciencia médica actual, el coronavirus nos obliga a fortalecer nuestro sistema inmunitario. Cambiemos nuestra forma de vivir; tomemos el sol, respiremos el aire puro, rechacemos la violencia, evitemos en lo posible los alimentos procesados con sus venenos.
Es hora de volver los ojos a la búsqueda de la salud, mediante una alimentación que nos fortalezca, así como a otra forma de vida que incluya la práctica de hábitos tan saludables como el ejercicio, la meditación y el disfrute de los placeres cotidianos, tales como respirar, levantar los brazos al infinito, aspirar el aroma de una flor, abrazar a los seres queridos.
En resumen, amar, vibrar con el aliento que sustenta la vida y ser con ella un elemento más a favor de la evolución de la consciencia.