Orso, el único

  • La Feria
  • Jorge Souza Jauffred

Ciudad de México /

Para Claudia y Sarita Arreola; para Sara Poot, con dolor en el corazón

Era creyente de la “libromancia”. Tomaba un volumen, lo abría al azar y leía un par de renglones. En esas breves líneas encontraba él (y me lo contagiaba a mí) una indicación precisa sobre el momento, que había que respetar porque siempre resultaba acertada.

Nadie como Orso confiaba en la palabra. Oral o escrita, qué más daba. Nadie como él amaba la poesía y daba voz a poemas de Neruda, López Velarde, Borges o Placencia. Nadie como él cantaba con voz robusta las canciones de Paco Ibáñez. Nadie sino él conocía los detalles más pequeños de la vida de Juan Rulfo, y nadie como él amó, rescató y difundió la vida y la obra de su padre, Juan José Arreola.

Orso Arreola, el oso de las letras, supo convertir la amistad en una de las bellas artes. Por eso su partida nos ha dolido tanto a tantos.

Ingresó al sanatorio el jueves con una obstrucción intestinal; se agravó y se le trasladó al hospital del IMSS, donde fue operado. Por momentos, brillo la esperanza de la recuperación; pero, la madrugada de este lunes, partió, imagino, con versos en los labios y el corazón brillante de recuerdos, al viaje ineludible.

Vivimos largas conversaciones en restaurantes de Ciudad Guzmán y en cantinas de Guadalajara. Disfrutamos eventos y actividades organizados en la Casa Arreola. Tenía el don de recordar los versos o los nombres de autores en el momento justo del resplandor poético. Tenía en el corazón una especie de enredadera llena de flores amarillas y rojas que se desgranaban en su trato.

Su familia lo describe como un “celoso y minucioso guardián de la memoria de su padre”. Lo demostró en el rescate de numeroso material del maestro y algunos libros que escribió sobre él, entre ellos “El último juglar” y una iconografía estupenda.

La casa Arreola, su casa

Construida hace casi medio siglo en las afueras de Ciudad Guzmán, en el borde de la sierra, la extensa terraza de la Casa Arreola mira, de día, hacia la ciudad y, de noche, hacia las estrellas. A lo lejos se percibe la laguna y al frente, inmóvil y sereno, el volcán de Colima con su nube inseparable; la Pastora, le dicen,

Convertida en taller literario, galería, auditorio y museo de sitio, es un símbolo de las letras y la cultura del sur de Jalisco. Al frente, a un lado de la puerta principal, una estatua del maestro da la bienvenida a los visitantes.

El próximo día 25 la Casa cumple trece años como taller literario, pero Orso no lo verá. La terraza seguirá ahí, frente al volcán, pero ya no estará ahí, mostrando las luces de la ciudad a los amigos, después de los eventos.

Ayer lunes, a las seis de la tarde, el ayuntamiento de Zapotlán, El Grande, le rindió homenaje como a un hijo ilustre, en el patio de la presidencia municipal. Reconoció su valor como gestor y promotor de la cultura y le otorgó un lugar entre los zapotlenses ilustres.

Hay duelo en la familia literaria y artística de México, porque Orso tuvo una fuerte presencia y deja un hueco imposible de llenar. La Casa Arreola, su postrer trabajo, le permitió mostrarse como un infatigable promotor cultural y traer a Jalisco a una constelación de personajes de las letras.

Una de las asiduas visitantes, Sara Pott, dejó además para la Casa un cuaderno con letra manuscrita, con la primera versión de la novela “La feria”. Le perteneció desde hace decenios, cuando Arreola accedió entregar el cuaderno a un enamorado de Sara, para que lo dejara en sus manos. Milagros como éste son los que han rodeado a Orso. Por eso lo queremos tanto y lo lloramos y recordaremos siempre.

Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS