Chiapas es el estado más pobre de México, una de las economías más pequeñas en términos de Producto Interno Bruto, con altos niveles de informalidad y pobreza, a pesar de ser una potencia agrícola en el plano nacional.
Hoy, los problemas económicos de Durango incluyen una reciente y profunda desaceleración —que ya puede calificarse como recesión— con contradicciones en el producto interno bruto que afectan sectores como el manufacturero y el comercial, acompañadas de graves recortes y despidos de personal.
Al extremo de que la administración actual asumió el compromiso de reconstruir un estado quebrado y dividido.
Mientras persisten grandes retos como la pobreza y la pobreza extrema, la alta informalidad laboral, la dependencia de sectores tradicionales y un serio desgaste de las instituciones, así como del propio titular del Poder Ejecutivo del estado, Durango enfrenta desafíos estructurales y un grave panorama económico rumbo a 2026.
Durango vive la mayor recesión económica de las últimas dos décadas. Ha registrado altibajos en el empleo y mantiene una dependencia histórica de la manufactura, con potencial en minería y agroindustria. Ha padecido contracciones en el empleo formal y no logra consolidar su crecimiento.
La entidad se encuentra en una posición intermedia, con mejor desempeño que algunos estados del sur, pero con menor desarrollo que el norte y el centro del país. Expertos y líderes empresariales advierten que el escenario es de incertidumbre y pesimismo, así como de la necesidad de priorizar la administración del deterioro creciente de las finanzas públicas sobre el desarrollo del estado.
En un juego perverso de máscaras que no sorprende a nadie, finalmente, en la votación del dictamen de la Ley de Egresos 2026, se impuso el Ejecutivo del Estado con 14 votos del PRI, PAN, MC y el Partido Verde Ecologista, frente a 11 votos de Morena y el PT.
Es inaceptable este nuevo presupuesto aprobado entre prisas y silencios, porque compromete el futuro de Durango, que carga con las ofensas y heridas de un pasado de saqueos, cuyos protagonistas han creído que gobernar es sinónimo del robo, la mentira y la deshonestidad.
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