Primero fue la campaña de mentiras contra Morena:
Que si nos llevará a una situación como la de Venezuela. Que si López Obrador es enemigo del Ejército mexicano. Que si los empresarios y los creyentes vivirán acosados. Calumnias sin fundamento.
Después, los voceros del grupo Atlacomulco enfocaron sus baterías hacia sus antiguos aliados: el PAN y el PRD. Ricardo Anaya ha sido su blanco, porque el grupo en el poder no acepta el llamado Frente Ciudadano por México que ha promovido el queretano. Tampoco la ubicación del PRI en el tercer lugar de las preferencias electorales. A toda costa quiere pulverizar a la oposición, siguiendo la estrategia de pizarrón que los llevó al fraudulento triunfo en Toluca.
Al antiguo aprendiz lo han acusado de todo, dándole una sopa de cómo trata la mafia a quién intenta desobedecer sus reglas de subordinación.
Después siguió Barrales, a quién señalaron poseedora de mansiones. Solo les ha faltado Movimiento Ciudadano, a quienes les reservan un “Jarabe tapatío”.
Hace días los ataques contra los enemigos del PRI, reales o imaginarios, arreciaron. Primero fue el cese arbitrario e ilegal del fiscal electoral Santiago Nieto. Después, el encarcelamiento del líder del PT en Aguascalientes.
El escándalo resultado de estas acciones paranoicas y desproporcionadas ya ha salido de nuestras fronteras y tiene al Senado dividido y enfrentado. Asimismo, toda la oposición política, importantes organizaciones de la sociedad civil, la Iglesia católica, la Coparmex y el Consejo Coordinador Empresarial han reaccionado con disgusto y preocupación.
¿Y qué está atrás de todo esto?
¿El temor a que se destape el escándalo Odebrecht? ¿El deseo de instaurar la monarquía absoluta de los atlacomulcas?
En medio de una economía, apenas sostenida con alfileres, con miles de damnificados durmiendo en las calles, la popularidad del Presidente por los suelos y la inconformidad social creciendo, la sensatez y la prudencia aconsejarían dar garantías a los ciudadanos para que canalicen sus inconformidades pacíficamente, a través de procesos electorales imparciales.
Pero no, el gobierno está haciendo lo contrario: jugando con fuego en medio de un polvorín.
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