Agridulce. Es el sabor que deja la renuncia del procurador Cervantes.
Dulce, para aquellos que han luchado porque la República cuente con un fiscal independiente, alejado de las facciones políticas. Miel, para quienes descalificaron al llamado fiscal carnal.
Pero hay un gusto agrio en aquellos que, sin ser simpatizantes del gobierno de Peña, ven en esta intempestiva renuncia la aparición de grietas en la estructura de un gobierno debilitado. Para estos observadores, esta fractura no ayuda porque el país necesita un gobierno funcional que proporcione el marco adecuado para que puedan celebrarse democráticamente las elecciones del año próximo. Para estos mismos analistas, existe la preocupación de que la renuncia del procurador, acentúe, aún más, la ineficiencia del gobierno.
Las amenazas para que los próximos meses sean de dificultad extrema están a la vista: los sismos
han dejado al descubierto la vulnerabilidad de Ciudad de México. La reconstrucción en Chiapas, Oaxaca, Puebla y Morelos avanza lenta y erráticamente. Pocos apuestan por una renegociación exitosa del Tratado de Libre Comercio. La deuda pública sube y la moneda baja. El gobierno presiona a los medios para que desprestigien a sus adversarios. El INE vive abrumado por tantos procesos electorales. Y la cereza del helado: la perversa disputa por la candidatura del
PRI aflora sin remedio, mientras el Presidente visiblemente agobiado, abandona el teleprónter y la lectura de cuartillas prefabricadas para lanzarse al lenguaje coloquial con muy poca fortuna.
Lo ideal, que está muy lejos de ser real, sería contar en 2018 con un fiscal y una administración pública imparciales. Más una economía solvente, que dieran a la República las certidumbres de que la disputa política transitará por causes civilizados. Desafortunadamente todos los signos apuntan hacia una economía volátil, un ambiente polarizado, un gobierno desprestigiado y la amenaza exterior creciendo.
¿Y a usted qué sabor le dejó la huida de Cervantes?
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