Desde hace una década, el número de estadunidenses que muere a causa de los opiáceos aumenta cada día.
Los opiáceos médicos son recetados masivamente en Estados Unidos para combatir el dolor, pero en algunas personas se convierten, rápidamente, en consumos compulsivos. Y no pocos de ellos escalan hacia la heroína, que es la puerta hacia el suicidio o la muerte accidental. Según estadísticas confiables, cada día fallecen en la Unión Americana 60 víctimas de esta patología social.
Las adicciones, como han señalado especialistas, son enfermedades prevenibles y controlables, que se pueden abordar desde diferentes tipos de tratamientos en los sistemas de salud pública. Pero ha sucedido que, tanto en Estados Unidos como en México, demagogos y charlatanes han utilizado esta desgracia contemporánea para confundir y lucrar políticamente con ello.
El primero fue el presidente Richard Nixon, quien ante el aumento del consumo de morfina en los veteranos de Vietnam y de cocaína en las frívolas clases medias estadunidenses, declaró la guerra contra las drogas, ubicando como responsables del consumo desordenado de sus ciudadanos a los campesinos de Asia y Sudamérica. Nunca volteó a considerar que era útil desarrollar políticas públicas para prevenir la facilidad de cómo se utilizaban aquellas sustancias para evadirse de la realidad.
Desde luego que la guerra contra las drogas de Nixon y después de Carter, Reagan, Clinton, los dos Bush y Obama ha fracasado. Cada vez hay más adictos a las drogas en Estados Unidos y, por consiguiente, más muertes causadas por ello. Lo mismo ha ocurrido en México con las guerras contra las drogas de Calderón y Peña.
La terrible novedad es que, como antes lo fueron los cárteles de Medellín y Cali para la cocaína, ahora los principales culpables del consumo suicida de los opiáceos en Ohio y Míchigan se encuentran —según Trump— en las montañas de México.
Y esa verdad a medias o mentira amañada, difundida a gritos histéricos por Trump y Fox News, se utiliza para conseguir fondos para el muro, perseguir paisanos y sabotear el TLCAN.
Así que en estos días de paranoia agresiva por todas partes, será difícil recordar que la mejor manera de combatir las adicciones es con políticas de prevención y rehabilitación y no con armas y soldados.
Una lástima.
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