Arropado por grueso piyama, espesa bata y densos calcetines, pues aunque no sea invierno él siente frío (¿efecto de su edad?), el cronista teclea en la laptop, el aparato este que en el idioma español hablado y escrito en México y otros muchos rumbos sigue sin tener adecuado nombre, pues se le llama computadora aunque muy poco es utilizado para computar, sino más bien para redactar ¡y a veces hasta para escribir! Por cierto que en España la palabra es ordenador, quizá también erróneamente… pero, en fin, no nos metamos en intríngulis lingüísticos o tecnológicos.
Teclea el cronista en su estudio-dormitorio, que es una de las habitaciones más desordenadas de su casa (y la de usted), de tal modo que el susodicho, excesivamente arropado y sentado ante la pantalla azul, trata de escribir, o al menos intenta redactar la Carta de Esmógico City número quién sabe cuántos. Y advierte el tecleador que se le hiela la nariz, adminículo carnal al que considera imprescindible, pues sabe que los que saben de fisiología (aunque solo sea de la fisiología humana) dicen que en la nariz tenemos el sentido del gusto y no en el paladar, como tendemos ingenua e incultamente a creer los humanos cuando decimos, por ejemplo, que hemos “paladeado” unos sublimes romeritos o unos chiles en nogada o un rojo vino riojeño o un flan glorioso, e ,incluso, brrr, un helado. Y, entonces, temeroso de que se le caiga como si fuese un trozo de hielo la nariz (nada parecida a los apéndices faciales de los hermosos griegos), el cronista se envuelve en una mullida bufanda la parte baja de la cara, y, sí, ¡aleluya!, la nariz se le entibia un poco, pero, oh, ¡caramba! (palabra que sustituye a ¡carajo!, palabrejo tan incivil), he aquí que el aliento del cronista, buscando una salida por la parte superior de la susodicha prenda, se va para arriba, ya vaporizado, y empaña los lentes, impidiendo ver la pantalla en donde era de esperar que surgiese un texto, menos personal, es decir menos egocéntrico, acerca del canijo frío que se abate como un ángel congelador en torno al cronista aunque rabiosamente teclea, redactando y quizá hasta escribiendo un artículo, a pesar de que tiembla, quizá más que por el frío por el riesgo de quedar desnarigado y peormente fotografiable de lo que ya es.
¡Brrr, brrr, brrr!
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