Faldas leves y mochilas gordas

  • Carta de Esmógico City
  • José de la Colina

México /

No posí, así pues, mi estimado don —me decía el espectral Taxista Filósofo gritando para hacerse oír en medio de una colosal sinfonía de claxonazos motivada por un ingente embotellamiento de tránsito acá por rumbos del sur citadino—, son las cosas de la vida, si merece ser llamada vida la que llevamos en esta capital mundial del esmog y del secuestro (deporte éste, ¿se enteró usted?, en el que ya hemos ganado la medalla de oro).

Por una parte, las faldas de las ciudadanas suelen ser excesivamente cortas, lo cual según la ilustrísima Arquidiócesis transforma automáticamente a quienes las portan en candidatas a la violación o por lo menos en presas de las miradas lujuriosas de los hombres (miradas, dicen, que pueden ser otra forma de violación, aunque nomás sea virtual). Y, por otra parte, las mochilas de los ciudadanitos que todas las mañanas atraviesan con los padres el caos vial (que nosotros causamos, ni modo) para acudir a las escuelas y los colegios a recibir la sabiduría de los maestros (de los cuales 30 por ciento han sido aprobados en exámenes y 70 por ciento reprobados en los mismos) llevan demasiados libros, cuadernos y otros útiles, y en consecuencia son demasiado pesadas y les causan a los ciudadanitos y a las ciudadanitas problemas en la columna vertebral, tan necesaria siempre, ¿a poco no?, para mantener a los seres humanos de cualesquiera edades en la característica y elegante postura vertical arduamente conquistada por la especie desde, ¡uuuhhh!, los tiempos prehistóricos, por lo menos.

Ambas circunstancias son signos inequívocos, por lo menos para este su seguro y atento servidor, de que en esta catástrofe de ciudad, y de paso en el país que la rodea, ¿no, mi buen?, las cosas van de mal en peor en varias y distintas direcciones, lo cual parece indicar, ¿no?, que ya estamos en la anarquía (aparte de estar en la narquiza) y que por lo pronto ya sería necesario que tan siquiera Esmógico City fuera clausurada y nos fuéramos todos los ciudadanos, con nuestras respectivas autoridades, a fundar otra y bien llamada Ciudad de México o, si se quiere, Nueva Tenochtitlán, ¿no, mi buen? Usted, que le hace al periodismo, ¿qué opina?

Y, ni modo, después de media hora de runflante inmovilidad del vehículo, el Taxista Filósofo empezó a emitir tremendos claxonazos.


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